✠ EL VERDADERO DESCRÉDITO DE LA ORDEN DEL TEMPLE ✠

Tomado del Capítulo XXV del libro: “Los Templarios. La Orden que se negó a desaparecer” (Sergio Almeida Solier, ISBN 9798307056912, www.Amazon.com, Columbia, SC. USA, 2025, págs. 282 a 286).

El tiempo transcurrido entre el 13 de octubre de 1307, fecha del arresto a la Orden del Temple en Francia, hasta la presentación del Folio de Chinón por parte del Archivo Apostólico Vaticano en 2001, aproximadamente setecientos años después, forzosamente estableció un período de silencio que impidió hacer una defensa efectiva de la Orden, el cual sirvió como caldo de cultivo para que nigromantes, engañadores y tramoyistas de todos los pelambres, especialmente inescrupulosos seudoinvestigadores, hayan vertido ríos de tinta para vender fantasiosos libros, así como dudosos documentales televisivos, sin el menor rigor histórico o científico.

Se dieron a la tarea de emplear el nombre del Temple, su glorioso pasado y su trágico declive para zurcir todo tipo de fábulas, desde las más ingenuas, como las supuestas transmisiones espirituales, hasta las más deleznables, como es el caso de ocultistas tales como Eliphas Levi y Aleister Crowley que institucionalizaron un culto satánico a una testa caprina, falsamente adjudicado a un supuesto ritual templario descrito en el relato contenido dentro del proceso medieval según el cual los caballeros interrogados confesaron bajo tortura tener en su poder una cabeza como elemento de adoración satánica, bajo el nombre de un hipotético demonio llamado Baphomet, algo absolutamente descabellado por donde se mire.

Con el paso del tiempo, y con claros orígenes en prácticas cabalistas, empezó a ser empleada en los círculos ocultistas una testuz caprina, que fue asimilada como la misma adjudicada en el juicio a los templarios, a la cual el primero de tales taumaturgos a mediados del siglo XIX añadió un cuerpo andrógino con alas de murciélago y otra serie de aditamentos de superchería para adoptarla como pretendido legado maligno del Temple.

Al respecto cabe señalar que Levi, cuyo verdadero nombre era Alphonse Louis Constant, era un exseminarista católico expulsado de la curia y delincuente redomado, luego convertido en un estudioso de la Kabbala Denudata de Knorr de Rosenrot, con base en la cual decidió escribir el libro Dogme et Rituel de la Haute Magie (1854), así como con una docena más de publicaciones ocultistas y esotéricas. Sucesor de Constant, Aleister Crowley, por su parte, sustrajo el nombre de la Orden para crear una proterva secta a la cual denominó Ordo Templi Orientalis, la que desde luego no tenía, ni tiene, relación alguna con el Temple.

Crowley adoptó para sí la presunta figura demoníaca diseñada por Levi para su extravagante culto en la misa negra —de la cual fue su inventor— y llevó una vida igual de infame que la de su antecesor. Como aquel, tampoco corrió con mejor suerte: terminó reducido a transformarse en ministro del averno y sus restos en una fosa común. En fin, su obra se redujo a acabar la tarea de los inquisidores medievales: empañar la imagen del Temple.

Huelga decir que tan ominoso símbolo nunca fue hallado en poder de los templarios, así mismo debieron reconocerlo los inquisidores reales, quedando de este modo desvirtuada una de las más graves imputaciones.

En esta paleta de terceros intervinientes, que van desde inocentes conjeturas hasta las más vulgares manipulaciones de la Orden, aparece un grupo que, en aras de lograr tener un ilustre ancestro, noble y glorioso, decide engalanarse fatuamente con un pretendido vínculo con la Orden. Se trata ni más ni menos que de la masonería especulativa, cuyo verdadero origen se remonta a las Constituciones de Anderson del año 1723, aunque previamente hay constancia de la existencia de cuatro logias híbridas para 1717 en Londres.

José Schlosser, en su libro Orígenes de la masonería, señala que dichas logias se hallaban integradas por muy pocos constructores y muchos hermanos “aceptados” (en el sentido de “admitidos” o “adeptos”, dentro de las logias de masones operativos, sin ser del oficio), en cuyos “talleres” encontraban refugio lícito para comer bien, brindar mejor e intercambiar libremente y sin opresión sus ideas liberales. Como dato interesante, actualmente aseguran ser los verdaderos continuadores de la auténtica masonería operativa de la Edad Media, por lo menos en Francia, los Compagnons du Tour de France, radicados a lo largo y ancho del país galo.

La masonería especulativa o francmasonería es profusa en mitologías de toda suerte, tales como la de conocer los secretos del Rey Salomón e Hiram Abbif, hasta la de contener toda la sabiduría mística desde Asiria hasta Grecia, sin contar con que aducen poseer poderes extraordinarios y extranaturales, seguramente ciertos en sus usuales libaciones, pero sutilmente guardados tras su característico secretismo.

Dicha organización, que desde sus inicios tuvo como claro objetivo atacar la Iglesia Católica y las monarquías europeas, encontró patrocinadores entre la nobleza auspiciadora del protestantismo y miembros de la naciente burguesía, especialmente financiera, que veían en el sistema monárquico feudal y el catolicismo una barrera a sus aspiraciones de poder y expansión.

Resulta pertinente acotar que el primer evento público llevado a cabo por la Orden del Temple fue el Convento de Versalles de 1705, convocado por Felipe II, Duque de Orleans, del que derivan sus primeros estatutos modernos, es decir, dieciocho años antes de la publicación de las Constituciones de Anderson, fundamento escrito de la masonería. Esto, desde un punto de vista institucional, ya desmiente cualquier vínculo entre las dos entidades.

Sin embargo, Karl Gotthelf Barón von Hund, nacido en 1722, de origen protestante y luego convertido al catolicismo en septiembre de 1743, decidió ingresar a la masonería, llegando a ser maestro de logia. Según él, en ese mismo año fue contactado por unos caballeros escoceses, a los que llamara los “Superiores Desconocidos”, quienes supuestamente lo iniciaron en la Orden del Temple, designándolo en ese mismo instante como “Comandante en Jefe de la Provincia de Alemania” y le instruyeron para que redactara las bases de lo que luego denominó “Rito de la Estricta Observancia Templaria”.

Conforme a dicho rito, curiosamente no había referencia alguna a la Orden del Temple del medioevo, ni a sus reglas, costumbres o ceremonias. Se trataba en realidad de un sistema masónico con ropajes y símbolos de burda imitación de los de la legítima Orden.

Tan incoherente proyecto fue rechazado por los mismos masones de la época, por considerarlo como una forma de reconocimiento a la autoridad del Papa, pero paradójicamente fue luego adoptado por el Rito Escocés Rectificado (RER), ahora practicado por numerosas logias masónicas, y en otras, subsumido como uno de sus grados.

Todo ello carece de sentido o racionalidad histórica alguna, pues si bien en la Edad Media necesariamente tuvieron que haber interactuado, como miembros de la misma sociedad, templarios y masones, éstos últimos eran realmente operativos, o sea, verdaderos albañiles, orfebres, carpinteros, etc., y no elucubradores metafísicos o parapsicológicos. Tampoco existe referencia de ninguna clase que evidencie vínculo alguno entre el Temple con ninguna clase de masones, sean éstos operativos o especulativos desde 1307 hasta la fecha, a pesar de la quimérica leyenda del Barón von Hund.

A ello se suma que los mercaderes de fábulas siguen especulando con ciertas esculturas alegóricas en la Capilla de Rosslyn, en Escocia, tratando de enlazar al Temple con la masonería. Cabe recordar que la misma fue objeto de modificaciones cuando fue cerrada al culto católico a finales del siglo XVIII para ser reabierta al servicio de la Iglesia Episcopal Escocesa a mediados de la centuria posterior, lo que explicaría, por ejemplo, que muchas de las figuras talladas en sus muros y techo contengan ahora elementos ciertamente desconocidos en Europa para la época de su construcción, lo cual, de por sí, deja más dudas que certezas.

Conforme a lo ya visto, es claro entonces que la presunta filiación templaria de la masonería, reclamada por algunos y tajantemente negada por otros, es ciertamente inexistente. Así lo admitiera el mismo autor Jasper Ridley, masón grado 33 y miembro de la Gran Logia de Inglaterra, en su libro Los Masones:

“No es imposible que algunos templarios hayan huido a Escocia después de 1314, que sus descendientes se trasladaran a Aberdeen y más tarde a Edimburgo y que se incorporaran a las logias masónicas; pero de ninguna manera participaron del desarrollo de la francmasonería especulativa en Escocia e Inglaterra. Aunque existen semejanzas significativas entre las reglas y procedimientos de los Caballeros Templarios y los de los francmasones, también hay diferencias importantes; y las ideas de los francmasones especulativos del siglo XVIII no tienen nada en común con las de los templarios. Los templarios del siglo XIV no eran deístas; ni siquiera eran herejes protestantes.”

Esta contundente aseveración diluye toda palabrería en contrario y, proviniendo de una autoridad de la logia más importante del mundo, deja sin asidero alguno a todos aquellos masones que se intitulan templarios sin serlo, o peor aún, fingen tener tal calidad disfrazándose de tales y simulando rituales, parodiando ceremonias del Temple, reales o inventadas. Ahí sí cabe perfectamente la moraleja de la fábula de Tomás de Iriarte: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.”

¿Lo anterior implica que les esté vetado el ingreso al Temple a los masones? No, en manera alguna. El Temple es, ante todo, una comunidad plural de personas cristianas con sanos valores, dispuestos a servir a los demás, a proteger la fe en Cristo Jesús y divulgar su palabra. Por tanto, toda persona que cumpla con esas condiciones siempre será bien recibida en el seno de la Orden.

Sin embargo, si alguien quiere estar en ambas instituciones debe tener en claro dos cosas: la primera, el Manto es del, por y para el Temple y nunca puede usarse en la logia, y en ésta a su vez podrá usar su mandil, pero jamás éste en la Orden; la segunda, tarde o temprano deberá determinar en cuál de las dos decide quedarse, ya que el fin último de ambas no es coincidente.

En claro, todo lo anterior podemos resumirlo así: la Orden del Temple medieval, desde un punto de vista institucional —esto es, el conjunto de todos sus miembros— no tuvo relación alguna con los aberrantes hechos que le fueron imputados por los inquisidores del rey de Francia, Felipe IV “El Hermoso”. Tampoco hubo desviación alguna de la creencia y profesión de la fe cristiana y, si algunos de sus miembros hubiesen incurrido en las mismas, lo hicieron a título personal y nunca como una práctica colectiva.

De igual modo, es cierto que más de treinta mil Caballeros Templarios, a lo largo de la historia de la Orden, inmolaron sus vidas en defensa de la fe cristiana. Gracias a su sacrificio pudo recuperarse por un tiempo Tierra Santa y evitar una mayor expansión musulmana en esa época, así como la labor denodada del Temple contribuyó enormemente al progreso de Europa y de la civilización cristiana durante sus casi dos siglos de existencia.

También es claro que el proceso en contra de la Orden obedeció a fines puramente políticos y económicos que buscaban socavar el poder del Temple, especialmente en Francia, así como evitar el pago de la enorme deuda contraída por la corona franca.

De otra parte, es importante resaltar que la supresión de la Orden como instituto religioso se dio por una provisión del Papa Clemente V y nunca como una decisión conciliar, a diferencia del establecimiento de la Orden, que sí se dio en el Concilio de Troyes de 1129. Por lo tanto, resulta cuestionable la legalidad de esa decisión.

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