ANTECEDENTES

LA HISTORIA DE LA ORDEN DEL TEMPLE

Tras la sangrienta toma de Jerusalén el 15 de julio de 1099, culminó la primera cruzada, convocada por el Papa Urbano II en el Concilio de Clermont de noviembre de 1095, tras la visita del Emperador bizantino Alejo I Comneno solicitando ayuda en contra de los turcos selyúcidas que habían derrotado a los bizantinos en la batalla de Manzikert (1071), obteniendo así el control interior de Anatolia desde 1073. Como resultado de la reconquista de la ciudad santa por parte de los cristianos, en manos de los califatos omeyas y abasíes desde el 630 y que transformaron en la provincia Yund Filastin, los líderes cruzados eligieron como gobernante a Godofredo de Boulogne, quien aceptó actuar como tal, pero bajo el título de “Defensor del Santo Sepulcro”. Los primeros años, subsiguientes, a este evento estuvieron envueltos en desordenes y pequeñas escaramuzas entre los lugareños con los recién llegados, así como entre éstos, quienes se disputaron las escasas tierras cultivables, lo que generó que muchos de los participantes de esta cruzada, sobrevivieron de la misma, decidieran retornar a sus lugares de origen, bien porque consideraban haber cumplido su cometido o bien desilusionados por no haber logrado establecerse allí con éxito.

Godofredo de Boulogne, quien era un importante noble, ostentaba los títulos de Duque de Boulogne, Margrave de Amberes y Duque de Baja Lorena, éste último muy importante para entender lo que será la posterior creación de la Orden del Temple, y quién por además era tataranieto de Carlos Duque de Baja Lorena, último descendiente dinástico al trono de los francos de la Casa Carolingia, fundada por Carlomagno siglos atrás.

Al morir Godofredo de Boulogne el 18 de julio de 1100, y con él su ideal romántico de no portar una corona de oro dónde Jesucristo llevó una corona de espinas, asume su hermano Balduino de Boulogne, Conde de Edesa, mucho más pragmático que aquel y quien decide aceptar el título de Rey de Jerusalem con el nombre de Balduino I, cediendo el condado de Edesa a su primo segundo, Balduino de Rethel, quién al igual que Godofredo y Balduino, era también descendiente de Carlomagno, ya que era trastataranieto de éste.

En este punto es importante señalar que en el año 987 Hugo Capeto arrebató la corona de los francos a su legítimo sucesor Carlos Duque de Baja Lorena hijo de Luis IV de Ultramar, rey de los francos occidentales, y fundó la dinastía Capeta, lo que generaría una fuerte disputa entre la nobleza franca, una fracción partidaria de éstos y la más antigua y ligada a la casa carolingia que reclamaba la corona para Carlos, disputa que trascendió a las siguientes generaciones.

Balduino I, emulando a su antepasado Carlomagno que se hizo coronar en la navidad del año 800, hizo lo propio haciéndose también coronar en esa fecha pero de 1100 en la Basílica de la Natividad. Una vez instalado en el poder de Jerusalem, entendió la dificultad para gobernar un territorio cuyas costumbres y tradiciones eran

ajenas a las de los europeos, así como las escasas posibilidades de hacer una explotación económica que sustentara el nuevo reino, pero principalmente la necesidad de contar con un ejército que le permitiera actuar con la autoridad suficiente para ejercer el control territorial necesario, especialmente en los puertos sobre el mar Mediterráneo que eran la vía más fácil y segura de recibir ayuda del exterior, a ello se sumaba la creciente formación de grupos dedicados al saqueo y al pillaje, especialmente en las rutas que conducían desde esos puertos, especialmente Tortosa, Cesárea, Arsuf y Jaffa, hasta la capital del reino, lo que afectaba especialmente a las caravanas de peregrinos que se desplazaban entre esos puntos y que resultaban asaltados en sus trayectos. Por tal razón decide convocar Balduino I a varios importante nobles del reino franco para que le ayudasen en la consolidación del reino jerosolimitano y los cuales se habían rehusado participar de la primer cruzada, siendo algunos de ellos a la postre eran también parientes suyos, entre ellos Hugo Conde de Champagne, tataranieto por línea paterna de Adela de Francia, hermana de Carlos Duque de Baja Lorena y paradójicamente también tataranieto pero por vía materna de Hugo Capeto, quien aceptó viajando a tierra santa, inicialmente en 1104.

A su arribo a Jerusalem y luego de entrevistarse con el monarca comprendió de inmediato Hugo de Champagne las duras condiciones por las que atravesaba el reino y de manera decidida se comprometió a ayudar a su primo lejano1, el rey, con hombres, armas y dinero, quien al poco tiempo cayó prisionero de Sokman luego de la batalla de Harrán, hasta 1108. Hugo regresaría a Europa para retornar en 1107 retorna con un importante contingente que se integrará a la guardia personal del rey, la cual usaba el manto blanco como lo hiciera desde su coronación Balduino I2 y que era el color de la enseña real. Si bien este aporte, al igual que otros recibidos por el monarca ayudó a consolidar su posición, la situación seguía siendo compleja, pues la producción agrícola era escasa y las constantes luchas entre cruzados y fatimíes hacían aún más difícil desarrollar una economía que pudiera soportar los gastos del reino, por lo que la única forma de sostener el nuevo estado, así como el Principado de Antioquía y el Condado de Edesa, sus vecinos, solo podía darse a través de dos vías, una el ingreso de peregrinos cuyos recursos irrigaban el incipiente comercio y la otra los aportes provenientes de Europa para el sostenimiento de la guerra santa contra el infiel. Ante esta perspectiva, nuevamente realiza Hugo I de Champaña dos viajes más a Francia, el primero cuando consigue que le apoye en ese propósito Huges de Payens, vasallo suyo, con quien regresa a Palestina en 1114 y otro al año siguiente, en donde empieza a disponer lo necesario para para organizar los asuntos tendientes a proveer su ayuda a Balduino, para lo

1 El Rey Balduino I de Jerusalem y el Conde Hugo de Champaña no solamente eran descendientes del rey francés Carlos “El Calvo” y de Carlos de la Baja Lorena, por tanto, ambos, parte de la Casa Carolingia, sino que además tenían unas abuelas lejanas que habían sido hermanas entre sí, Elfrit de Wessex y Edgiva de Wessex, lo que los convertía en dobles primos.

2 Así lo describió Fulquerio de Chartres (A History of the Expedition to Jerusalem, 1095-1127, trans. Frances Rita Ryan, University of Tennessee Press, 1969): “Tenía un porte muy digno y era serio en el vestir y en su parlamento. Siempre llevó un manto desde sus hombros…”

cual empieza a vender algunas de sus propiedades y ceder otras tantas, como hizo en 1115 con Bernardo de Fontaine3, monje cisterciense, a quien concedió los terrenos para fundar la Abadía de Claraval y quien sería posteriormente el gran

valedor de la Orden en Europa.

Esta estrecha colaboración entre el Rey Balduino I de Jerusalem y el Conde Hugo de Champaña, no surge únicamente por su conocimiento entre sí o la ocasional posesión de la ciudad santa, sino como ya se señaló por su ancestro carolingio y toda la historia vinculante entre Carlomagno y esa ciudad, que llevó al Emperador a plantear en su momento la idea de establecer allí, de manera terrenal como ideal cristiano de civilización, el concepto de la “Jerusalem celestial”, pues ya desde finales del siglo VIII y como resultado de las cada vez más frecuentes peregrinaciones a tierra santa, organizadas por la orden benedictina y con el apoyo de éste fueron establecidos hospicios y monasterios latinos en aquellos lugares, siendo el más significativo el de San Juan de Jerusalem, construido junto con un hospital en cercanías del Santo Sepulcro, destinados a dar albergue a los peregrinos cristianos que arribaban a la Santa Ciudad, siendo construidos y atendidos por los benedictinos, como así lo atestiguara en su “Itinerario” Bernardo el Sabio en el año 870:

“Fui recibido en el hospicio del glorioso emperador Carlos, en el cual encuentran acogida cuantos visitan con devoción esta tierra y hablan la lengua romana. A él está unida una iglesia dedicada a Santa María, la cual posee una rica biblioteca, debida a la munificencia del emperador, con más doce habitaciones, campos, viñas y un huerto en el valle de Josaphat. Delante del hospicio está el mercado.” [1]

Al parecer el establecimiento de esos sitios en Jerusalem obedeció a las buenas relaciones que mantuvo Carlomagno con el Califa de Bagdad, Harún al-Rashid, quien encontraba en aquel un valiosos aliado cristiano frente a un inquietante Imperio Bizantino, lo que permitió la creación de esas casas religiosas , tal y como lo registraran los “Annales regni Francorum”, los cuales registraron la vida de los reyes carolingios desde el 741 y hasta el 829, en ellos se relata la especial cercanía de Carlomagno con Tierra Santa, incluso aparece escrito que en cierta oportunidad:

“…un monje, que venía de Jerusalén, le llevó (a Carlomagno), de parte del patriarca, su bendición y reliquias reunidas sobre el lugar de la resurrección de Nuestro Señor. El rey, que tenía su residencia en Aquisgrán, recibió al monje, quien permaneció en la corte hasta la celebración de la Navidad. Luego, deseando volver a Jerusalén, Carlomagno hizo que lo acompañara un presbítero del palacio, al que encargó llevar sus ofrendas a los Santos

3 Bernardo de Fontaine (luego San Bernardo de Claraval o Clairvaux, era hijo de Aleth de Montbard, media hermana de André de Montbard, quinto Gran Maestre de la Orden del Temple, no era sobrino de Hugo I de Champaña como equivocadamente se señala, pero sí de uno de los fundadores de la Orden. Este hecho prueba como la creación del Temple si fue un hecho premeditado y acordado entre Balduino I y Hugo I de Champaña, al cual se sumaron Hugo de Paynes, André de Montbard, Godofredo de Saint Omer y desde luego, el mismo Bernardo de Fontaine.

Lugares. En respuesta, el patriarca de Jerusalén –además de señalar que “el Monte de Sion y el Monte de los Olivos están gozosos por las donaciones del muy generoso monarca”– recurrió al emperador solicitando ayuda para los peregrinos cristianos que sufrían permanente asedio y vejaciones por parte de los piratas beduinos”.

Bastante conmovido por la situación que padecían los cristianos en Tierra Santa, Carlomagno optó por enviar a Al-Rashid una embajada pidiéndole dar por terminada esa situación, frente a lo cual el Califa en respuesta al emperador decidió otorgar su protección tanto a las iglesias como a los peregrinos e hizo a Carlomagno donación del Santo Sepulcro a través de su embajador y representante. Según se aseguraba en la época el resultado de esta misión diplomática se hallaba asociada con la cesión parcial de Jerusalem por parte de Al-Rashid, pues dos días antes de la coronación de Carlomagno como “Imperator Romanorum” por parte del Papa León III en la navidad del año 800, recibió de su embajador una encomienda de parte del Patriarca de Jerusalem consistente en las llaves del Santo Sepulcro y del Monte Sion junto al estandarte de la ciudad santa (vexillum), de tal suerte que así fuese de manera nominal Carlomagno al momento de su coronación se hallaba en posesión del Santo Sepulcro.

Tales eventos fueron relatados por Eginhardo (775-840), un monje que elaboró una biografía del emperador y de quien se dice fue quien revisó los “Annales regni Francorum”, escribió:

“El califa, informado de los deseos de Carlomagno, no solo le concedió lo que pedía sino que puso en su poder la propia tumba sagrada del Salvador y el lugar de Su resurrección (…) Al-Rashid, admirado por los regalos que le enviaba el emperador cristiano, dijo: “¿Cómo podríamos responder de manera adecuada al honor que nos ha hecho? Si le damos la tierra que fue prometida a Abraham, está tan lejos de su reino que no podrá defenderla, por noble y elevado que sea su espíritu. Sin embargo, le demostraremos nuestra gratitud entregando a su majestad dicha tierra, que gobernaremos en calidad de virrey”.

De este modo para el siglo IX los cristianos occidentales tuvieron a través de Carlomagno, no solamente un protector en Tierra Santa, sino además cierto grado de soberanía sobre la parte espiritual más importante de Jerusalem, lo que convirtió al emperador no solo en el más grande adalid del cristianismo de la época sino que además le confirió la calidad de genuino monarca de los romanos, más allá de la coronación como tal por parte de la Iglesia, algo que sus sucesores consideraron siempre como sus credenciales legítimas frente a los reclamos de los emperadores bizantinos. Tanto fue así que hacia el año 1050 surgió un cantar de gesta en francés, escrito en versos alejandrinos, denominado “Voyage de Charlemagne à Jérusalem et à Constantinople”. Por supuesto, Carlomagno nunca viajó a Jerusalem, pero, para los francos y especialmente sus descendientes, su derecho a reinar en los Santos Lugares era algo cierto y real.

El sucesor inmediato de Carlomagno, Luis el Piadoso (o Ludovico Pío), tuvo varios hijos, de los cuales tres de ellos recibieron partes del fraccionado imperio carolingio: Carlos El Calvo (Francia Occidental), Lotario I (Francia Media) y Luis El Germánico (Francia Oriental), los que luego de varias disputas y enfrentamientos decidieron pactar una paz duradera fijando las fronteras de sus territorios a través de un tratado suscrito en Verdún el 10 de agosto del año 843, tal convenio fue conocido por los suscribientes como el “Acuerdo de los hijos de Carlomagno”, en honor de su abuelo, porque en realidad los suscribientes eran nietos de aquel. Además de la repartición territorial que puso fin al imperio y dio nacimiento a los tres reinos, los hermanos se comprometieron a proporcionarse mutua ayuda en caso de revueltas internas o invasiones externas que pudieran hacer peligrar estos nuevos reinos. Curiosamente solo hubo una parte del legado del emperador que no fue repartido sino asumido en conjunto como herencia moral de Carlomagno que debía ser mantenida como patrimonio de la dinastía, ellas eran las llaves del Santo Sepulcro y del Monte Sion junto al estandarte de la ciudad santa (vexillum), que simbolizaban las estancias cedidas en Jerusalem por el Califa Al-Rashid, elementos que fueron depositados en la Capilla Palatina4 de Aquisgrán, ciudad donde Carlomagno estableció la capital de su imperio y que se encuentra erigida sobre un valle, por lo que también es conocida como la “ciudad del valle” o “ciudad del agua” (Ville de la vallée, o Aquis Villa).

Los edificios que Carlomagno había mandado construir en el barrio de Muristán en Jerusalem fueron destruidos en 1009 por el Califa fatimí Al-Hakim ni-Amr Allah, cuya orden de arrasar la Iglesia del Santo Sepulcro desencadenó la cruzada para tomar Tierra Santa.

A pesar de ser Hugo Capeto descendiente también de Carlomagno, siempre fue considerado por los carolingios como un monarca ilegítimo, al igual que su abuelo el Rey Roberto I y su tío abuelo el Rey Eudes I, como también su bisabuelo Roberto “El Fuerte”, Conde de Blois, fundador de la dinastía Robertina, por cuanto sus ancestros, no correspondían a aquellos habían suscrito el Tratado de Verdún del año 843, por lo tanto, eran vistos como impostores, circunstancia que generó una

4 “Aunque Carlomagno diseñó su capital, Aquisgrán, como una “nueva Roma” y modeló su palacio (que ha desaparecido) según el de Constantino, el primer emperador cristiano, también cultivó una imagen de heredero de David y Salomón mediante su patrocinio de los cristianos y las iglesias de Jerusalén. La influencia de Jerusalén es evidente en el diseño de la Capilla palatina, en el corazón del palacio de Carlomagno: un octágono interior rodeado por un deambulatorio de dieciséis lados, que aún se conserva. Aunque se inspiró en la Iglesia de San Vitale de Rávena, la capilla pretendía evocar la Rotonda del Santo Sepulcro, así como la Cúpula de la Roca, que, quizás para entonces y con seguridad durante las Cruzadas, los cristianos identificaban como el templo de Salomón. El maestro de obras de la capilla, Odón de Metz, podía ser el mismo cortesano apodado en algunas fuentes “Hiram”, el nombre del rey de Tiro que suministró cedros del Líbano y artesanos expertos para el templo de Salomón. Y el biógrafo de la corte de Carlomagno, Einhard, que escribió la “Vida de Carlos” a principios de la década del 830, tenía el apodo de Bezabel, la figura del Éxodo que se dice diseñó el tabernáculo bíblico.” (www. https://thelampmagazine.com/issues/issue- 25/charlemagnes-jerusalem)

fuerte división dentro de la nobleza franca, aún notable en la actualidad, entre quienes eran partidarios de una u otra dinastía por los vínculos de sangre o meros intereses personales, pues incluso en muchas familias terminarían por mezclarse unos con otros.

El establecimiento de los Boulogne, a través de Godofredo primero y Balduino, posteriormente, en el trono de Jerusalem constituyó motivo de singular regocijo para los simpatizantes carolingios, ya que éstos eran sucesores del Carlos El Calvo, suscribiente de aquel tratado y por tanto restauradores de su glorioso pasado, pero también motivo de preocupación para el Rey de los francos, Felipe I, y sus sucesores, quienes a pesar de hallarse lejos consideraban la posibilidad de un futuro retorno de aquellos en reclamo de sus derechos dinásticos, esta circunstancia determinó un constante recelo entre ambas coronas.

Conscientes de ese hecho Balduino I y el Conde Hugo de Champaña decidieron aunar esfuerzos en procura de restituir e incrementar la obra y memoria de su mítico antepasado Carlomagno estableciendo en Tierra Santa un reino próspero y seguro que permitiera un flujo constante de peregrinos europeos que con sus recursos apoyaran el desarrollo de ese proyecto, para ello era preciso contar con un cuerpo militar dispuesto para ese efecto, el cual no podía ser el exiguo ejército con que contaba el rey, ya de por sí muy comprometido en frenar y contrarrestar los continuos ataques provenientes del califato abasí, pero sí una fuerza destinada exclusivamente a ese efecto, la cual sería financiada por el Conde Hugo y que estaría a cargo de uno de sus vasallos, Hugo de Payns (Hugues des Païens era su nombre real), quien le acompañó en su tercer viaje a Tierra Santa en agosto de 1114 y un muy cercano amigo del rey, Godofredo de Saint-Omer, un caballero flamenco, el que junto con sus dos hermanos, Hugues y Gérard, habían arribado a Tierra Santa desde la Primera Cruzada, esto es, desde 1099 y era un muy curtido guerrero que tenía perfecto conocimiento del terreno y la cultura local.

Todo parece indicar que entre el Conde Hugo y el monje Bernardo de Fontaine también existía previamente una estrecha relación, así como con el tío de este último, André de Montbard, por cuanto una vez que el Abad de Cîteaux, Esteban de Harding, fundara el monasterio de La Ferté, el 1114, el Conde Hugo le ofreció un terreno en inmediaciones de sus dominios para la construcción de otro convento, oferta que le fue aceptada y se designó a Bernardo como nuevo Abad, siéndole asignados doce monjes, incluyendo a los propios hermanos de sangre de éste para que fundara una casa en la diócesis de Langres, en Champaña. Estos se establecieron en el “Valle de Wormwood”, el cual fue posteriormente renombrado, tanto por Hugo como por Bernardo, como el “Valle Claro” o “Clairvaux” (Claraval). No parece que se tratara de una simple coincidencia que luego de haber estado en Jerusalem el Conde Hugo reunido con el Rey Balduino I hubiese retornado a su tierra para hacer una donación como la señalada y además fuese precisamente en un sitio con esas características para ser renombrado de esa manera, quizás solamente se estaban encajando las piezas conforme a los términos del acuerdo entre ambos, teoría que se refuerza si se considera que posteriormente ingresarían

a la Orden del Temple tanto el tío de Bernardo, André de Montbard5, como el mismo Conde de Champaña.

Recién conquistada Jerusalem por los cruzados, en 1101, el Patriarca de Jerusalem aprobó una hermandad de caballeros laicos a quienes Godofredo de Boulogne les había asignado la tarea de custodiar el Santo Sepulcro, así como un grupo de religiosos para efectuar los oficios sacros en su interior, tal organización pasó a llamarse Orden del Santo Sepulcro y a la que

. A partir de 1115 Hugues de Payns y Geoffroi de Saint-Omer se alojaron en un albergue que para el efecto disponían los canónigos del Santo Sepulcro de Jerusalén, compartiendo la vida

conventual con aquellos y dedicándose a los mismos quehaceres de éstos.

No obstante, un hecho puntual al parecer volvería a retomar la idea de dedicarse a cuidar a los peregrinos en sus rutas, fue un sangriento suceso que ocurrió en la Semana Santa de 1119; en abril de ese año un grupo de alrededor de setecientos peregrinos, desarmados y sin escolta, había salido de Jerusalén y se dirigía al Jordán para acabar allí su peregrinación. Los musulmanes los capturaron y asesinaron a unos trescientos, en tanto los demás fueron vendidos como esclavos. Tan sólo dos meses más tarde, el 18 de junio, un ejército árabe de Alepo derrotaba a los cruzados de Antioquía en la batalla de Samada, en el lugar que los cristianos conocerían desde entonces como “el Campo de la Sangre”.

Otro elemento importante a considerar es que el Rey Balduino I falleció el 2 de abril de 1118, sin alcanzar a concretar los acuerdos establecidos entre él y el Conde Hugo de Champaña, quien para ese momento se encontraba en Francia organizando sus asuntos personales. La corona le fue ofrecida entonces al primo segundo del fallecido rey

el Reino Latino de Jerusalén enfrentaba desafíos para consolidar su autoridad y establecer un orden jurídico estable, razón por la cual decidió el nuevo rey convocar

a un Concilio o Sínodo Áulico para el 16 de enero de 1120.

CREACION DE LA ORDEN DEL TEMPLE

Durante el Concilio de Nablus celebrado del 16 al 23 de enero de 1120 fueron reunidos prelados y nobles del reino para establecer las primeras leyes escritas del Estado cruzado. Aunque a veces se le denomina «Sínodo Áulico», su carácter fue más político que puramente eclesiástico. En dicha asamblea se buscó abordar estos problemas mediante la promulgación de veinticuatro cánones que regulaban tanto la vida religiosa como la organización política y social del reino. Entre los temas tratados se incluían la administración de justicia, las relaciones entre cristianos y

5 Tanto André de Montbard como su sobrino Bernardo de Claraval eran descendientes de Carlomagno, Luis el Piadoso y Lotario I, suscribiente del “Acuerdo de Verdún”.

Balduino I de Jerusalén (hermano de

Godofredo) la dotó oficialmente de su primer reglamento

Balduino II de Rethel, quien aceptó y fue coronado

simbólicamente el Domingo de Resurrección (14 de abril) de 1118, debiendo enfrentarse casi de inmediato a los selyúcidas recuperando Antioquía que había

caído luego de la batalla del “Ager Sanguinis”, atrás mencionada, para entonces

musulmanes, y la protección de los peregrinos. Los participantes firmaron los cánones como testigos, reflejando la colaboración entre la Iglesia y la nobleza en la gobernanza del reino.

El Concilio de Nablus es considerado un hito en la historia del derecho medieval, ya que sentó las bases legales del Reino Latino de Jerusalén. Este concilio marcó un paso significativo en la estructuración política y religiosa del reino cruzado siendo clave en la historia jurídica y política del reino. Además, se atribuye que fue precisamente en este evento que tanto el Rey Balduino II como los allí presentes, a petición de Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer, aprobaron la creación de una organización militar que más tarde daría origen a la Orden del Temple6. Además de autorizar la creación de esta nueva milicia, el monarca les concedió como residencia las caballerizas del Templo del Rey Salomón, así como les autorizó a usar el manto blanco como símbolo su soberanía y prueba de la autoridad y poder real, denotando así encontrarse al servicio y bajo la protección del rey de Jerusalén, ya que solamente el rey y su guardia personal podían portarlo, lo que por demás deja en claro que sin la permisión del monarca no hubiese sido posible su existencia y que es en esta fecha que oficialmente nace la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (“Pauperes commilitones Christi”), como a partir de entonces empezaron a denominarse, pasando de la obediencia al Prior del Santo Sepulcro a la del Patriarca Latino de Jerusalén, Warmund de Picquigny.

Cabe sí señalar que a pesar de haber tomado votos monásticos y estar bajo control del Patriarca Latino, esta nueva organización fue en un primer momento una Orden de Caballería, ya que fue constituida por caballeros, aprobada por un soberano y cuyo objetivo fundamental se centraba en la defensa y protección de los peregrinos, adicionalmente no estaba sometida a una regla ni tenía reconocimiento como instituto religioso por parte de la Iglesia.

Poco a poco fueron sumandose a Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer otros integrantes a la Orden hasta ser nueve integrantes, entre ellos Payen de Montdidier, Archambaud de Saint-Agnan, André de Montbard, Godofredo Bissot (o Bisol), Rossal (o Rolando) y Gondemaro o Gundemar. El noveno, según algunos, fue el mismo Hugo, Conde de Champaña. Hacia 1120 se les unió Fulco de Angers o Foulques D’Angers que algunos identifican con el enigmático Gondemaro o Gundemar. Acerca de los primeros años de la Orden no quedó historia registrada que permita establecer sus actividades, aunque es de suponer que debieron haber cumplido así fuese en parte con su propósito organizativo y militar, ya que de otro modo no hubiese sobrevivido la misma, ni hubiese servido de ejemplo para que otras comunidades, entre ellas, la de los Hospitalarios de San Juan quisiesen

66 Inmortalizado en una pintura medieval: “

1250)

Balduino II, cediendo el Templo de Salomón a Hugo de

Payns y Godofredo de Saint-Omer”, contenida en el libro “Historia de Ultramar” de Guillermo de Tiro

(Guillaume de Tyr – «Histoire d’Outre-Mer»,

emular su ejemplo. En realidad no parece cierto que se dedicaran a excavar las caballerizas del Templo de Salomón en búsqueda de reliquias judías como muchas fuentes amigas del misterio y la conspiración han querido difundir, por tanto, mal podría señalarse que tuviesen en su poder alguna clase de elementos sagrados, tales como el arca de la alianza, el santo grial7 o la menorah, por lo que deben considerarse como leyendas que no van más allá de ser narrativas sin fundamento. Aunque no puede descartarse que hubiesen tenido que dedicarse a remover escombros en la planta baja del Templo para adecuar las caballerizas y rehabilitar cisternas y aljibes subterráneos, apenas necesarios para acomodar sus cabalgaduras, esenciales para su oficio.

También, contrariamente a lo indicado por algunos historiadores de que les fuera asignado por parte del rey a totalidad del Templo de Jerusalem, Jacques de Vitry, teólogo e historiador francés y quien fuera testigo de primera mano por haber estado en Jerusalem y Tierra Santa para 1220, consignó en su “Historia”:

“Al principio sólo fueron nueve los que tomaron tan santa decisión, y durante nueve años sirvieron con hábitos seculares y se vistieron con las ropas que les daban los fieles a modo de limosnas. Y como quiera que no tenían ninguna iglesia de su propiedad, ni una residencia estable, el rey les cedió una pequeña vivienda en una parte de su palacio, cerca del Templo de Señor. El abad y los canónigos del Templo les entregaron también la plaza que ellos tenían junto al palacio real. Y como desde entonces tuvieron su morada cerca del templo del Señor, fueron denominados en adelante caballeros del Temple.”

En similar sentido indicó Guillermo, Arzobispo de Tiro8 hacia 1170:

El mismo año (el de la coronación de Balduino II) ciertos nobles caballeros llenos de devoción, religiosos y temerosos de Dios hicieron voto de vivir en castidad, obediencia y pobreza perpetua, poniéndose en las manos del señor patriarca al servicio de Cristo como canónigos regulares. Entre ellos, los primeros y más importantes eran los venerables Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer. Como ellos no tenían iglesia ni lugar para vivir, el rey les cedió temporalmente un lugar donde pudieron vivir en su palacio, debajo del Templo del Señor, en el sur. Bajo ciertas condiciones, los canónigos del Templo del Señor les concedieron un terreno que ellos poseían cerca de ese lugar para que sirviera a la Orden. Además, el señor rey y sus nobles, así como el señor patriarca y sus prelados, les dieron ciertos beneficios a perpetuidad o temporal, a fin de que pudieran alimentarse y vestirse. El

7 En la actualidad se da por sentado que los dos elementos más cercanos al concepto material de Santo grial son el “Cáliz de la Reina Urraca”, ubicado en la Colegiata de San Isidoro de León y el “Santo Cáliz” de la Catedral de Valencia, ambos ubicados en España, y más alla de los relatos en cantares de gesta no existe registro histórico de que alguno de ellos hubiese estado en poder de los Templarios.

8 “Historia Ierosolimitana”. Guillermo de Tiro”

primer compromiso de profesión prescrito por el señor patriarca y los otros obispos para la remisión de sus pecados era que ellos deberían proteger las rutas y las vías tanto como pudiesen de las emboscadas de los ladrones y de los atacantes, en particular, para la seguridad de los peregrinos.”

Sea cual fuere la razón no existe registro de las actividades de la Orden de 1120 hasta 1125, distinto del apoyo que les brindara otro poderoso noble de la época y también descendiente de Carlomagno, Fulco V Conde de Anjou quien dotó a la Orden con una renta permanente de treinta libras angevinas antes de regresar a Europa, y quien posteriormente volvería a Tierra Santa para casarse con Melisenda, hija del Rey Balduino II, con quien heredaría el reino a la muerte de éste el 14 de septiembre de 1131. Solo sería hasta 1125, cuando retorna a Jerusalem el Conde Hugo de Champaña y se integra definitivamente a las huestes templarias que ese cuerpo adquiere una dinámica espectacular. Hasta entonces la cantidad de miembros de la Orden no superaba los treinta, pertenecientes todos a la baja nobleza, que en su gran mayoría carecían de tierras o fortuna que les asegurara un medio de subsistencia a la altura de su estatus. La incorporación del Conde de Champaña trajo para el Temple, además del prestigio de aquel una inyección de capital que les permitió avanzar en su misión.

Si bien la Orden solo se asemejaba a la caballería seglar en su ejercicio castrense, no llegaba a equipararse plenamente a las órdenes religiosas, que tenían por labor la contemplación, la oración o la asistencia a propios y extranjeros. Al determinar los Templarios como misión fundamental la protección física de los peregrinos, lograron compatibilizar ambas actividades, el convento y la milicia, sin embargo aún requerían del apoyo y reconocimiento de la cristiandad para poder ampliar su propósito y ser reconocidos como un instituto religioso, lo que los condujo a llevar esa propuesta hasta el mismo corazón de la cristiandad, para ello en

Ya para esa época habían adoptado como complemento de su nombre el apelativo: “y del Templo de Salomón”, como así aparece en la página 11 del Cartulario del Marqués de Albon en dónde figura un documento, con el ordinal XVI, firmado por el conde Teodorico de Flandes el trece de septiembre de 1128: “anno ab incarnato Dei filio… anno IX ab institutione comilitonum Xpiste Templique Salomonis” (La institución de los

compañeros soldados compañeros de Cristo en el Templo de Salomón).

apoyo de Balduino II y el Patriarca de Jerusalén y muy seguramente financiados por el Conde de Champaña, Hugo de Payns viaja regresa a Europa acompañado por Godofredo de Saint-Omer, Payen de Montdidier, y dos hermanos más, de nombre Raúl y Juan, a fin de reclutar nuevos miembros para la Orden, tomar posesión de las numerosas donaciones que habían sido otorgadas a esta y para organizar las primeras encomiendas de la Orden en Occidente (casi todas ellas en la región de la Champaña). En 1128 viajaron por varios países europeos, incluyendo Francia, Escocia, Inglaterra y Flandes. Durante este viaje, lograron ganar apoyo de reyes y

1127, con el

nobles, quienes donaron tierras y otras propiedades a la Orden.

Una vez en Francia Hugo de Payns entra en contacto con Bernardo de Claraval, quién ya había logrado que el Papa Honorio II convocara a un Concilio regional en la ciudad de Troyes, fundada por los galos, fue en la Edad Media la antigua capital del condado de Champaña y un importante centro comercial conocido por sus ferias mercantiles en donde se vendían e intercambiaban los productos traídos desde Flandes y el norte de Europa y destinados a los comerciantes lombardos, genoveses y del norte de Italia en general. El sitio de reunión del concilio fue sugerido por el mismo Bernardo, pero es claro que ya todo había sido dispuesto para ello por el propio Conde Hugo de Champaña desde antes de su última partida

para tierra santa.

En la actualidad existe un evento poco conocido pero muy significativo a la hora de entender porque fue escogido Troyes como sede del concilio convocado para tratar el asunto de la Orden del Temple y es que en el año 878 se celebró en ese mismo sitio otro concilio, esa vez sí con asistencia del Papa de la época, casi una docena de arzobispos y dos docenas de obispos, en esa ocasión el Sumo Pontífice Juan

VIII proclamó que ningún obispo podía ser depuesto sin consultar a la Santa Sede,

pero el punto principal resuelto en dicha asamblea fue la coronación de Luis II “El Tartamudo”, como rey de los francos occidentales, con asistencia de su primo Luis II “El Joven” y gobernante del reino franco oriental, ambos biznietos de Carlomagno, quienes

acordaron mantener la división de Lotaringia que sus respectivos padres

(Carlos II “El Calvo” y Lotario I) habían negociado en el Tratado de Mersen en 870 y subsecuente del Tratado de Verdún del año 843. Aprovechando la situación el Papa intentó obligar a Luis a asumir el papel de defensor del papado, pero Luis se negó, lo cual fue interpretado como un desplante por parte del Papa, y que prácticamente sentenció la dinastía carolingia a quedar marginada del trono franco occidental, lo que sucedería menos de cincuenta años después con el ascenso al

poder de Roberto I de Francia, precursor de la dinastía capeta.

Todo parecería indicar que siguiente concilio hubiese sido previsto para subsanar esta afrenta al papado, pues esa nueva milicia, creada por los mismos

descendientes de

Luis II “El Tartamudo”,

disposición del Papa, a cambio de ello la Iglesia recibía a la Orden en su seno y le permitía obrar a su amparo, por su parte Balduino II y su descendencia quedaban reconocidos legítimos monarcas cristianos, eso explicaría además muchos eventos

quedaría al servicio del cristianismo y a

posteriores.

De nuevo regresando al concilio del siglo XII,

San Pedro y San Pablo de Troyes (Cathédrale Saint-Pierre-et-Saint-Paul de Troyes) el 13 de enero de 1129, con la presencia de un representante del Papa, 10 obispos, 8 abades de la orden del Císter, el arzobispo de Reims y algunos nobles reputados en el mismo, en medio de este auditorio Hugo de Payns relató en este concilio los humildes comienzos de su obra, que en ese momento sólo contaba con nueve caballeros, y puso de manifiesto la urgente necesidad de crear una milicia capaz de proteger a los cruzados y, sobre todo, a los peregrinos a Tierra Santa, y solicitó que

éste se inauguró en la Catedral de

el concilio deliberara sobre la constitución que habría que dar a dicha Orden.

Bajo la presidencia del enviado del papa Honorio II, el cardenal Mateo, obispo de Albano, estuvieron presentes al menos seis de los templarios fundadores: Hugo de Payns, Godofredo de Saint-Omer, Rolando, Godofredo Bissot, Payen de Montdidier y Archambaud de Saint-Amand. Junto a ellos asistieron los más importantes cargos eclesiásticos del reino de Francia; es decir, los arzobispos Enrique de Sens y Renaud de Reims, los obispos Gocelin de Soissons, de París, de Troyes, de Orléans, de Auxerre, de Meaux, de Chálons, de Laón y de Beauvais. L

asistentes al Concilio fueron Esteban Harding de Cîteaux, Hugo de Macon de Pontigny, San Bernardo de Clairvaux, Reinaldo de Vezelay, Rogerio de Trois- Fontaines, Guido de Molesme, Heriberto de San Estaban de Dijon y Guido de San Dionisio de Reims, y entre los laicos figuraron el Conde de Champagne. Teobaldo, en quién había recaído el condado por la renuncia de si tío el Conde Hugo, el cual ya había ingresado en la Orden, quedando a cargo de la misma en Tierra Santa, asistieron también el Senescal de Champagne André de Baudemont y el Conde de Nevers, quien había participado en la Primera Cruzada. De igual modo concurrieron Hugo de Payns junto con sus hermanos del Temple, puesto que allí se examinó, corrigió y aprobó la primera redacción de la regla de la Orden, la cual había sido redactada por los fundadores de la misma. Una vez aprobada se ordenó que fuera puesta por escrito, labor que realizó Juan Miguélez, quien era el escribano del concilio, por lo que no consta que la redacción de esa primera regla fuera obra de San Bernardo. Esa primera regla, de setenta y dos capítulos contenía una fuerte influencia cisterciense, reflejo de los la presencia de los cuatro abades de esa orden allí presentes y que se plasma en las dos categorías de miembros: caballeros y sirvientes, siendo éstos últimos sargentos de armas o meros auxiliares para los servicios manuales o artesanales de las casas. Únicamente los primeros, esto es, los caballeros, podían portar el manto blanco, que ya les había sido concedido por parte del Rey Balduino II en el Sínodo Áulico de Naplus, siete años atrás, los

os abades

sirvientes deberían usar un manto pardo.

Otra circunstancia que enlaza la historia de los Templarios con la de Carlomagno y sus descendientes es el hecho de que junto con la búsqueda del reconocimiento y aprobación de la Orden paro parte de las instancias ya antes referidas, Hugo de Payns llegó a Francia con un encargo adicional específico por parte del Rey Balduino II de Jerusalem, junto con dos importantes nobles de ese reino: Guillermo

de Bures, Príncipe de Galilea y Guido Brisebarre

, Señor de Beirut, quienes tenían por encargo ofrecer al Conde Fulco V de Anjou la mano de la Princesa Melisenda, hija del rey jerosolimitano, el cual como no podía ser de otra manera era también descendiente de dos de los suscribientes del Tratado de Verdún del 843, Carlos II “El Calvo” y Lotario I). Parte del acuerdo para el logro de esos esponsales fue la

promesa del soberano de que

tanto a Fulco como Melisenda serían los “herederos

del rey» (“heres regni”) para así asegurar el futuro de su sucesión, por su parte el conde debería aportar un importante contingente para atacar a Damasco y asegurar

las fronteras del reino de Jerusalem.

Aceptada la oferta del soberano por parte del

conde, éste tomó la cruz en Le Mans el 31 de mayo de 1128 y durante el año siguiente estuvo poniendo orden sus asuntos, para ello transfirió el señorío sobre Anjou y Maine a su hijo Godofredo, quien se había casado con Matilde, hija del rey Enrique I de Inglaterra. En marzo de 1129 partió con un considerable cuerpo de

soldados y caballeros, arribando a las costas de Tierra Santa en mayo de ese año y contrayendo matrimonio con Melisenda el día 2 de junio siguiente, recibiendo como dote por parte de su suegro el rey las ciudades de Acre y Tiro, pocos meses después el ejército reclutado por Fulco y Hugo de Payns atacó Damasco con éxito.

Tras el Concilio de Troyes, Hugo II de Payns nombró a Payen de Montdidier9 Maestre Provincial de las encomiendas establecidas en territorio francés y en Flandes, y a Hugo de Rigaud, Maestre Provincial para los territorios del Languedoc, la Provenza y los reinos cristianos hispánicos y tras ello, regresó a Jerusalén dirigiendo la Orden que el mismo había creado durante casi veinte años hasta su muerte en el año 1136 (el 24 de mayo según el obituario del templo de Reims), haciendo de ella una influyente institución militar y financiera internacional.

EL TEMPLE CON POSTERIORIDAD AL CONCILIO DE TROYES

Después de que el concilio reconociera y confirmara a los Caballeros Templarios

como un cuerpo eclesiástico de la Iglesia, Bernardo ayudó a escribir la Regla Latina,

inspirada en la Regla Benedictina, para guiar su conducta. Como símbolo de sus

humildes comienzos, el sello de la orden representaba a dos caballeros cabalgando

sobre un solo caballo. Después de que el concilio se suspendiera, donaciones

masivas de tierras y dinero comenzaron a fluir a las arcas de la orden, y miles de

hombres cristianos que esperaban unirse a la orden comenzaron el viaje a

Jerusalén. Menos de ocho meses después de que se suspendiera el Concilio de

Troyes, la orden envió a 300 caballeros montados, con sus sirvientes y un enorme

séquito a Tierra Santa. A mediados del siglo XII, la constitución de la orden y su

estructura básica ya estaban en su lugar; Estaba dirigida por un gran maestro que

servía de por vida y supervisaba todas las facetas de la operación, desde las

operaciones militares en el Este hasta las posesiones y operaciones de la orden en

el Oeste. A petición del rey Balduino II, después del concilio de Troyes, los

templarios formaron el ejército permanente de los Estados Latinos de Oriente,

cumpliendo así el compromiso acordado entre el Conde Hugo de Champagne y el

Rey Balduino I algunas décadas atrás.

Complementando su formación la Orden obtuvo por parte de la Iglesia una base jurídica como entidad religiosa a partir de tres bulas papales emitidas en menos de dos décadas después de la celebración del Concilio de Troyes, tales fueron:

– Bula “Omne datum optimum”10, del 29 de marzo de 1139, emitida por el Papa Inocencio II, en ella se reconoció oficialmente la existencia de la Orden del

9

10 “

Payen de Montdidier, era al parecer familiar de Manassès de Montdidier, Obispo de Troyes, éste a

su vez emparentado con la Casa de Rethel, que era la rama originaria del Rey Balduino II.

Omne datum optimum et omne donum perfectum de sursum est, descendens a Patre luminum, apud quem

non est transmutatio nec vicissitudinis obumbratio”. (Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, del

Temple, otorgándole la capacidad de recolectar botín de guerra en Tierra Santa y liberándola del pago de diezmos a los obispados, así como la obligación de responder ante el Papa por sus acciones.

  • –  Bula “Milites Templi”11, en 1144, dictada por el Papa Celestino II,

  • –  Bula “Militia Dei”12, dada el 24 de abril de 1145, por parte del Papa Eugenio III, a través de la cual se confirmó la independencia de la Orden del Temple del clero secular.

    Otros terratenientes cristianos, lejos de las fronteras, otorgaron enormes donaciones de tierras a los Caballeros Templarios para apoyar su misión y obtener el favor divino para sí mismos. Si bien las principales operaciones militares de los Caballeros Templarios tuvieron lugar en el Cercano Oriente y la Península Ibérica, pronto se encontraron Templarios en toda Europa operando molinos, granjas, minas y otras operaciones comerciales para apoyar los esfuerzos de la orden en las fronteras. Se establecieron órdenes activas en Inglaterra, Francia, Escocia, Hungría, Portugal y otros lugares. Los Caballeros Templarios eventualmente poseyeron vastas extensiones de tierra en toda Europa y controlaron fortalezas en ciudades del Cercano Oriente, incluyendo Gaza, Acre, Tiro, Sidón, Beirut, Trípoli y Antioquía.

    En escaso tiempo, la Orden contó con una organización sólida y un grupo considerable de efectivos humanos, lo que le dio una gran importancia en Tierra Santa. Sin embargo, sus actividades en los territorios orientales, le procuraron importantes beneficios en Occidente. Es de señalar que, al empezar a organizarse la Orden, también inicio un período de extensión más allá de Tierra Santa, así pues, los monarcas occidentales se dieron cuenta de que los Caballeros Templarios podían desempeñar un valioso papel en la defensa de sus territorios también contra los no cristianos, y se les concedieron tierras fronterizas para defender en la Península Ibérica y en Europa del Este.

ordenaba al clero la protección de los caballeros de la Orden y a los fieles a

con el objeto

de incrementar los privilegios de la Orden de los Templarios. En ella se

contribuir con su causa, para lo cual permitió, una vez al año, la realización

de una colación.

En ella se le reconocía a la Orden el derecho a recaudar

tributos, a enterrar a sus muertos en sus propios cementerios y a poseer sus

propias iglesias. Conforme a esta bula les fue concedido a los templarios el

derecho a llevar permanentemente una cruz sencilla, pero ancorada o paté,

que simbolizaba el martirio de Cristo.

, capítulo 1,

Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombras de variación) Epístola de Santiago

versículo 17.

11 12

Soldados del Temple

Soldados de Dios

El Temple fue obteniendo bienes en numerosos lugares de Europa, como fruto de donaciones efectuadas para posibilitar sus actividades en Jerusalén. Su primera expansión tuvo lugar en Francia, donde se fundarían las grandes encomiendas templarias de Champagne y Languedo. Igual fenómeno se produjo en Inglaterra e Italia. Para 1130, la Orden se estableció en la península Ibérica, escenario de la primera campaña militar de los Caballeros Templarios contra los moros fundando enclaves en el reino de Castilla en sitios tales como: Santa María del Temple (La Coruña); Amoeiro y Canabal (Orense); San Martín de Coya (Pontevedra); San Fiz do Ermo y Neira de los Caballeros (Lugo); Villapalmaz (León); Mayorga, Ceinos, San Pedro de Latarce y Medina del Campo (Valladolid); Villalcázar de Sirga (Palencia); Villárdiga, Villalpando, Tábara, Carbajales y Benavente (Zamora); Alcanadre (Rioja); Caravaca (Murcia); Capilla, Jerez de los Caballeros y Valencia del Ventoso (Badajoz); Alconétar (Cáceres), Ciudad Rodrigo (Salamanca); Yuncos, Cebolla, Villalba y Montalbán (Toledo); y las casas de Zamora, Salamanca, Sevilla y Córdoba. Por parte de la Corona de Aragón, recibieron numerosos bienes, y tal fue el prestigio alcanzado, que, en el año 1134, Alfonso I el Batallador, designó como sucesoras de su reino a las órdenes del Temple, San Juan y Santo Sepulcro. A pesar de esto último, en Aragón se buscaron todos los medios posibles para conseguir que tres instituciones militares de origen extranjero no se apoderasen de la Corona, por lo que se llegaría a una solución de compromiso para lograr un heredero proveniente de la estirpe del Batallador. Así, se nombró monarca al hermano de Alfonso I, conocido como Ramiro II el Monje, puesto que había optado por los votos en la Orden benedictina. Este contrajo matrimonio, y tras el nacimiento de su única hija, Petronila, concertó el matrimonio de esta con Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, asegurando así la línea hereditaria en Aragón. Inmediatamente volvió a ingresar en la vida conventual. Fue esta una oportunidad única para las Ordenes Militares, pues habrían adquirido una increíble fuerza en el contexto político y militar del momento. Sin embargo, gracias a la hábil maniobra e ingenio político de Ramino II, la nobleza aragonesa logró arrebatar al Temple, San Juan y el Santo Sepulcro, el completo dominio de su reino.

La mayoría de los monjes guerreros de la orden no eran caballeros; solo una pequeña minoría de los Caballeros Templarios eran caballeros ungidos; se les llamaba “servientes” en latín o “sergents” en francés, generalmente traducido como sargentos, pero que literalmente significa sirvientes. Generalmente reclutados de las clases bajas, vestían túnicas negras y apoyaban a sus hermanos en el campo de batalla como caballería ligera o infantería, mientras que otros hermanos servían en funciones no combativas como obreros, ingenieros, armeros y artesanos. Los hermanos caballeros, que provenían de la aristocracia militar y ya estaban entrenados en el arte de la guerra, asumieron puestos de liderazgo de élite en la orden y sirvieron en las cortes reales y papales. Solo los caballeros montados vestían la insignia distintiva, una sobreveste blanca blasonada con una cruz roja. Con el tiempo se añadió una tercera clase, los capellanes. Eran responsables de atender las necesidades espirituales de los demás miembros.

En cuestión de años, la orden rivalizó con los reinos europeos en poderío militar, poder económico e influencia política. Los Caballeros Templarios construyeron fortificaciones por toda Europa y Tierra Santa, y estuvieron muy involucrados en la economía, las finanzas y la banca. Su fuerza militar les permitía recolectar, almacenar y transportar lingotes de oro con seguridad hacia y desde Europa y Ultramar, y su red de almacenes y su eficiente organización del transporte los convertían en banqueros atractivos para reyes, peregrinos y la Iglesia. Un peregrino podía depositar fondos en un sitio de los Caballeros Templarios en su país de origen y luego viajar por Europa y el Levante, retirando fondos de su cuenta cuando los necesitara. Una de las actividades más controvertidas de la orden era la concesión de préstamos. La Iglesia tenía leyes estrictas contra el cobro de intereses, pero la orden las eludía mediante el cobro de tasas. La Iglesia hizo la vista gorda, otra concesión significativa a la orden. Para el año 1300, los Caballeros Templarios contaban con decenas de miles en toda Europa y Tierra Santa, conformando un sistema masivo de templarios y civiles en Occidente y apoyando los enormes esfuerzos militares en Oriente. En su apogeo en Tierra Santa, la orden llegó a contar con hasta 20.000 miembros, de los cuales no más de 1.500 a 2.000 eran caballeros montados.

LOS TEMPLARIOS EN BATALLA, PRINCIPALES VICTORIAS Y DERROTAS

Los Caballeros Templarios, cuyos caballeros fueron entrenados y ungidos mucho antes de unirse a la orden, se ganaron rápidamente la reputación de ser los soldados mejor entrenados y más fanáticos de la época de las Cruzadas. Los Caballeros Templarios fueron instruidos en la guerra desde una edad temprana y contaban con el mejor equipo, caballos y sistema de apoyo de cualquier ejército del Levante. No temían a la muerte, pues creían que morir en el campo de batalla al servicio de Dios les garantizaba la entrada al cielo, y como verdaderos guerreros santos, luchaban con un fervor aparentemente suicida. Los Caballeros Templarios se integraron primero en los principales ejércitos cristianos o se mantuvieron como reserva especial. Más tarde, cuando su renombre creció, fueron utilizados como tropas de choque, las puntas de lanza montadas de los ataques destinados a romper las primeras filas del enemigo y permitir el avance de la fuerza principal.

La primera gran batalla a la que se enfrentaron los Templarios fue contra los musulmanes durante la segunda cruzada en 1147, cuando el rey Luis VII de Francia y el Papa Eugenio III convencieron a los Caballeros Templarios para que acompañaran al ejército francés a Tierra Santa. Los Caballeros Templarios lucharon y se comportaron admirablemente durante el peligroso viaje desde Constantinopla, a través de Asia Menor, hasta Antioquía. La presencia de una fuerza alemana al mando del rey Conrado III creó algunas dificultades, ya que las fuerzas combinadas carecían de un único comandante de combate competente y, por lo tanto, carecían de coordinación y cohesión general. Al atravesar Anatolia, el rey Luis perdió el control de su ejército; para restablecer el orden, entregó el mando al Gran Maestre de los Caballeros Templarios, Everard des Barres. Después de que des Barres dividiera el ejército en unidades, cada una bajo el mando de un Templario al que

juraron obediencia absoluta, el ejército de coalición se abrió paso con éxito hasta Atalia.

A mediados del siglo XII se desarrolló una importante tendencia entre los francos de Tierra Santa. Los señores seculares comenzaron a donar castillos a las órdenes militares y a confiar en ellas para la defensa de los territorios incluidos en dichas concesiones. Los barones se dieron cuenta de que el coste de mantener suficientes tropas y suministros en esos castillos era simplemente demasiado alto; era más económico aportar el excedente de propiedades a las órdenes militares que verse obligados a defenderlas. Se estima que, para la época de la batalla de Hattin en 1187, los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios —esta última otra orden militar religiosa con orígenes anteriores a la Primera Cruzada— poseían alrededor del 35 % de los señoríos en Ultramar.

En noviembre de 1177, Saladino lanzó su primera campaña militar significativa contra un estado cruzado. Con 26.000 hombres, máquinas de asedio, una enorme caravana de bagajes y su propia fuerza personal de guardaespaldas mamelucas de élite, Saladino marchó con su ejército ayubí a través del desierto del Sinaí desde Egipto hasta el sur de Palestina. Su abrumadora superioridad numérica sobre su enemigo le había dado la confianza suficiente para permitir que sus tropas se dispersaran por la vasta campiña, donde saquearon, buscaron comida y saquearon los asentamientos cristianos de Ramla, Lida y Arsuf.

El rey Balduino IV, que padecía una lepra agresiva, reunió rápidamente las fuerzas restantes, aproximadamente 350 caballeros a caballo y varios miles de soldados de infantería, y bajo el mando del infame príncipe cristiano Raynald de Chatillon, marchó hacia Ascalón. Allí, ante el enorme ejército de Saladino, Balduino retiró su ejército a la seguridad de la fortaleza, dejando el camino a Jerusalén despejado. Aproximadamente 84 caballeros templarios, comandados por el maestro Odo de Saint-Amand, marcharon desde Gaza para unirse a las fuerzas cristianas.

El 25 de noviembre, con los caminos embarrados por las lluvias recientes, Saladino y la vanguardia de su ejército avanzaban hacia el este, rumbo a Ibelín. Cerca de la retaguardia de la columna, su convoy de bagajes y sus máquinas de asedio quedaron atascados en el lodo cerca del montículo de al-Safiya, no lejos de Montgisard. De repente, el sultán de Egipto y Siria se sorprendió al ver una pequeña fuerza enemiga, con los Caballeros Templarios a la vanguardia, formándose en una colina cercana. El ejército de Balduino había abandonado Ascalón y marchado para bloquear el paso de Saladino hacia Jerusalén. En su arrogancia, Saladino no había dejado exploradores para vigilar las actividades de su enemigo.

Saladino fue tomado por sorpresa. Su ejército estaba desorganizado, algunos de ellos detenidos por el tren de bagajes paralizado, otros aún ausentes, asaltando la campiña. Tanto sus hombres como sus caballos estaban exhaustos tras la larga marcha desde Egipto y las incursiones posteriores. Saladino se apresuró a reunir a su tropa de élite de guardias personales —entre 600 y 900 hombres— mientras su

sobrino y comandante en jefe, Taqi ad-Din, intentaba formar el cuerpo principal en líneas de batalla. Saladino intentó anclar su línea en una colina cercana, pero ya era demasiado tarde; mientras las columnas cristianas se estrellaban contra las confusas filas ayubíes, el Maestro Odo y sus Caballeros Templarios destrozaron el centro de la línea de Saladino. Incapaz de formar filas ni oponer una resistencia efectiva, la fuerza musulmana, mucho mayor, se sumió en la confusión y comenzó a retroceder. Muchos de los soldados de Saladino ya habían huido del campo de batalla antes de que la fuerza de la carga cristiana impactara con toda su fuerza; los que resistieron y lucharon fueron prácticamente aniquilados. El hijo de Taqi ad-Din, Ahmad, murió al principio de la lucha, y la pérdida de Ahmad y otros oficiales de alto rango desanimó a los soldados ayubíes. Se desató una lucha feroz cuando los caballeros cristianos se volvieron contra la fuerza de élite de soldados esclavos turcos de Saladino y los derrotaron también, tras lo cual Saladino logró huir de la carnicería.

Odón dirigió a sus Caballeros Templarios en una carga directa contra las tropas de la casa de Saladino. «Reconociendo el batallón de tropas que Saladino comandaba, se acercaron valientemente, lo penetraron de inmediato, derribando, dispersando, golpeando y aplastando sin cesar», escribió Ralph de Diss, testigo presencial de la batalla. “Saladino quedó prendado de admiración al ver a sus hombres dispersos por todas partes, huyendo por todas partes, entregados a la espada. Salió corriendo por su propia seguridad y huyó, quitándose la cota de malla para acelerar, montó un camello de carreras y escapó a duras penas con algunos de sus hombres”.

El enorme tren de suministros de Saladino fue capturado; mientras huían, muchos soldados musulmanes abandonaron sus armas, armaduras y botín. Las pérdidas fueron cuantiosas en ambos bandos: el ejército de Balduino sufrió 1100 muertos y 700 heridos, mientras que solo una décima parte de la fuerza de invasión de Saladino logró regresar a Egipto. Los hombres del sultán sufrieron enormemente en su largo y caluroso viaje de regreso a casa a través del desierto. Los beduinos los hostigaban constantemente, y cualquiera que cometiera el error de detenerse en las aldeas a mendigar comida y agua era asesinado o entregado a los cristianos como rehenes. Cuando Saladino regresó a El Cairo, difundió la mentira de que los cristianos habían sido derrotados. No sería la última vez que él y sus ejércitos se encontraran luchando contra los feroces y sumamente disciplinados monjes guerreros de las órdenes militares cristianas.

Los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios sirvieron como vanguardia y retaguardia de las columnas cristianas en marcha durante las Cruzadas. Los reyes Luis VII, Ricardo I y Luis IX confiaron a los Caballeros Templarios la tarea de instaurar y mantener el orden en sus ejércitos, por lo demás poco disciplinados, tanto en marcha como en el campo de batalla. Las órdenes militares resultaron invaluables para el rey Ricardo durante la Tercera Cruzada, especialmente cuando confió en su firmeza y disciplina durante la ardua marcha hacia el sur desde Acre hasta el sur de Palestina en septiembre de 1191. Durante la Batalla de Arsuf, el ejército del rey Ricardo fue vulnerable a los ataques de flanco de la caballería turca

y kurda de Saladino, y gracias a la férrea disciplina de los Caballeros Hospitalarios, los atacantes fueron repelidos y la columna cristiana se mantuvo cohesionada. En la marcha, Ricardo colocó a los Caballeros Templarios al frente de su ejército y a los Caballeros Hospitalarios en la retaguardia. La infantería, armada con ballestas y lanzas, protegía los flancos de la columna en marcha. El rey Ricardo ordenó a sus columnas que marcharan que mantuvieran la cohesión a toda costa, mientras la caballería de Saladino se desgastaba en repetidos ataques. Por orden de Ricardo, su caballería realizaba salidas diseñadas para barrer al enemigo del campo de batalla.

El patrón se repitió innumerables veces, comenzando con oleadas tras oleadas de escaramuzadores ligeramente armados que hostigaban a la columna del ejército cristiano, seguidas de ataques masivos llevados a cabo por las divisiones de caballería ligera de Saladino, cuyos jinetes disparaban arcos cortos y blandían cimitarras y hachas de guerra. La columna cristiana logró resistir, pero los Caballeros Hospitalarios se vieron sometidos a una intensa presión en la retaguardia. Reacios a soportar más pérdidas de hombres o caballos, los Caballeros Hospitalarios finalmente atacaron sin el permiso de Ricardo, arrastrando consigo a la división francesa a su derecha a la refriega. El rey Ricardo y el resto del ejército los siguieron, apoyando la carga de los Caballeros Hospitalarios y destrozando las columnas de Saladino. Arsuf fue una tremenda victoria moral y táctica para los cristianos y un claro golpe al prestigio de Saladino, una pequeña compensación por los 235 Caballeros Templarios y Caballeros Hospitalarios que masacró sumariamente tras la derrota cristiana en la Batalla de Hattin en 1187. Saladino había pagado a sus soldados 50 dinares por cada caballero capturado de las dos órdenes militares que le entregaron tras la Batalla de Hattin. Desconfiado de su inquebrantable disciplina, ferocidad y falta de afán de posesiones materiales, Saladino prometió repetidamente a sus correligionarios musulmanes que mataría a todos los soldados de las dos órdenes en la región.

La victoria del rey Balduino IV sobre Saladino en la batalla de Montgisard en 1177 supuso una asombrosa victoria táctica contra una situación desastrosa para el ejército cristiano, y una costosa derrota y un revés psicológico para Saladino. Una década después, sin embargo, Saladino infligió una devastadora derrota a los Caballeros Templarios en una enorme fortaleza que estaban construyendo en el Vado de Jacob, a orillas del río Jordán. Saladino arrasó la estructura y mató a 80 caballeros y 750 sargentos, algunos durante la batalla y otros ejecutados posteriormente.

Tras el fallecimiento del Rey Balduino IV, también conocido como “el rey leproso”, en 1186, su hermana Sibila casada con Guido de Lusignan, tomo las riendas del poder del reino de Jerusalem junto con su esposo, alejando a un grupo de nobles, entre ellos Raimundo III de Trípoli, quien aspiraba al trono, el cual debió retirarse a Antioquía y en medio de su frustración buscó vengarse llegando incluso a pactar una tregua con Saladino para permitir el paso de los musulmanes por sus tierras para atacar el territorio de Jerusalem. Así pues, el líder musulmán inició una serie

de ataques sin éxito, a pesar de existir técnicamente una tregua pactada un tiempo atrás con el difunto Rey Balduino.

Como represalia ante las ocasionales incursiones musulmanas, el principal comandante militar que en ese momento existía en el reino era Reinaldo de Châtillon, un noble nacido en 1125 en Châtillon-Sur-Loire y que fue uno de los artífices de la victoria en Montgisard, diez años atrás, decidió ordenar el ataque contra una caravana, en la cual viajaba la madre de Saladino, la cual pudo escapar, tal y como lo constata el historiador Bernard Hamilton en su libro “The Leper Hing and his heirs”13, echando por tierra la versión cinematográfica de que había tomado prisionera a una hermana del Sultán.

El resultado de ese ataque fue la ruptura al año siguiente, esto es, en 1187 de la tregua pactada, por lo que Saladino preparó un gran ejército de alrededor de 30.000 hombres, lo que obligó a Guido de Lusignan y Raimundo III de Trípoli a una reconciliación en aras de poder enfrentar las huestes enemigas. Las tropas de Saladino cruzaron el río Jordán el 1o de julio y sitiaron la ciudad de Tiberiades en donde se hallaba la esposa de Raimundo III de Trípoli, al día siguiente Guido y su ejército acamparon en Saffuriyah (Séforis), un sitio con una gran provisión de agua, 26 kilómetros al oeste de la ciudad, se trataba también de un gran cuerpo armado conformado por 1.200 caballeros y alrededor de 12.000 soldados de a pie. Enterado de la proximidad de los cristianos, decidió Saladino salir a su encuentro, pero Guido decidió negarse a entrar en batalla pues sus comandantes no se ponían de acuerdo en cómo proceder, ya que Raimundo de Trípoli se oponía a entrar en combate, en tanto que Reinaldo de Châtillon y Gerard de Ridefort, 10° Gran Maestre de la Orden del Temple, eran del criterio de que podían repetir la hazaña de Montgisard con una carga de caballería y considerando que el

gracias a sus ciudades fortificadas y a sus castillos y por tanto ningún asedio tendría

reino se encontraba bien protegido

éxito y menos con un ejército bajo ataque.

Finalmente Guido viendo la fortaleza de su armada consideró la posibilidad de derrotar al Saladino para erradicar la constante amenaza que representaba sobre el reino, y de paso consolidar su posición como Rey de Jerusalem, por lo que decidió aceptar la idea de ir al combate, no obstante no sabía cómo, dónde, o de qué manera iba a plantear la batalla, de éste modo ordeno marchar hacia Turán, buscando tener también agua suficiente para sus hombres y las cabalgaduras, no obstante la caballería mahometana les impidió llegar hasta allí y les obligó a pasar la noche del 3 de julio en las alturas de la meseta de Maskana, un sitio árido y carente de agua, allí permanecieron bajo el calor del sol abrasador durante buena

parte del día siguiente. Cerca del atardecer

la infantería, agotada por la falta de agua, abandonó a la caballería y se refugió en un estrecho paraje rodeado de pedregales, al borde de un desfiladero, conocido como los “Cuernos de Hattin”,

ubicado en la actual Ramala.

13 The Leper Hing and his heirs. Baldwin and the Crusader Kingdom of Jerusalem. Bernard Hamilton. Cambridge University Press. Cambridge, UK, 2000.

La caballería, integrada por un contingente de Caballeros Templarios quedó expuesta al ataque de los arqueros a caballo enemigos, y a pesar de intentar valientemente romper el cerco al que habían sido sometidos terminó por sucumbir, logrando solo escapar Raimundo de Trípoli, Balian de Ibeliny unos pocos hombres. El rey Guido se rindió después de un último intento desesperado de establecer un campamento en Hattin. La superioridad numérica de Saladino le permitió rechazar las cargas de los cristianos, cada vez más desesperados.

Al parecer Guido no tenía la intención de marchar los 26 kilómetros de distancia hasta Tibériades en un solo día, exponiendo su ejército a este desastre, sino que fue la estrategia del Sultán de forzar a los soldados del reino, especialmente los de a pie a replegarse lejos de Turán, donde bien pudieron haberse reaprovisionado del líquido vital, y seguir hacia las escabrosas y áridas tierras de Meskana, en dónde además los atacantes incendiaron un reducto de bosque seco del lugar, propiciando así a los musulmanes poder arrasar a las huestes cristianas sedientes, insoladas y asfixiadas por el humo de la vegetación ardiente.

Saladino trató a Guido con cortesía y la mayoría de los supervivientes nobles fueron liberados, aunque decapitó personalmente a Reinaldo y ordenó masacrar a los Templarios y a los Hospitalarios. El resto de supervivientes se convirtieron en esclavos. Debido al esfuerzo realizado por Guido para reunir a sus tropas, las ciudades de Palestina quedaron virtualmente indefensas ante el ejército de Saladino. Curiosamente Saladino sin razón aparente dejó en libertad a Gerard de Ridefort, Gran Maestre del Temple y a quien muchos historiadores acusan de la responsabilidad de esta derrota por haber inducido al rey a tomar posición en un sitio tan inadecuado, lejos de toda posible protección y presentar batalla en tan desfavorables condiciones, adicionalmente se le acusa de deshonrar la Regla del Temple que imponía que un Gran Maestre estaba obligado a luchar hasta su muerte.

En este punto cabe analizar un poco la figura de este personaje para poder entender por qué la Orden toma a partir de Roberto de Sablé, sucesor de Ridefort en el Gran Maestrazgo de la Orden, la decisión de constituir un núcleo interno dentro de la misma para impedir la intromisión dentro de la misma por parte de los sucesivos reyes de Francia.

egundón de un noble flamenco, no esperaba conseguir fortuna en su país, por lo que se unió a la Segunda Cruzada en 1146, con la idea de conseguir un señorío feudal. En un principio sirvió para Raimundo III de Trípoli, quien le prometió un rico matrimonio con su vasalla Lucía de Botrun, pero el rey cambió de parecer y prefirió aceptar la oferta de un rico

comerciante pisano. Esto convirtió a Ridefort en su enemigo permanente.

Luego de este desaire se alió con Guy de Lusignan e ingresó en la Orden del Temple, llegando a ser Senescal en 1183 y logró ser elegido Gran Maestre en 1184 gracias a las tretas e influencia del Patriarca de Jerusalem, Heraclio de Cesárea, quien a su vez había viajado a Europa ese año

Gérard de Ridefort, también llamado Girard de Ridefort (Flandes,

1140 – San Juan de Acre, 1 de octubre de 1189), hijo s

junto con Roger de Moulins, Gran

Maestre de los Caballeros Hospitalarios, y Arnoldo de Torroja, Gran Maestre de

los Caballeros Templarios, para buscar ayuda para resolver la inminente crisis de sucesión en el reino. Durante el viaje la misión recaló en Italia, en donde Arnoldo de Torroja murió y fue sepultado en Verona, quedando el Temple sin cabeza visible. Heraclio y De Moulins siguieron entonces a Francia y luego a Inglaterra. Aquí

tuvieron varias reuniones con Enrique II

inicialmente en Reading, después en

Londres, consagrando la iglesia en el nuevo priorato y sede de los Hospitalarios en Clerkenwell. El rey luego acompañó a la misión a Francia, donde se celebró una nueva reunión a principios de mayo de 1185 con Felipe II y se acordó enviar hombres y dinero a Tierra Santa. Esto no satisfizo a Heraclio, que esperaba llevar consigo de regreso al propio Enrique o a uno de sus hijos. Enrique había prometido ir a la cruzada años antes, tras el asesinato de Thomas Becket; Heraclio le recordó el voto y declaró que él y sus hijos eran del diablo cuando Enrique decidió quedarse

en casa.

No obstante, ello, hubo sí un acuerdo secreto entre Heraclio y el Rey Felipe II de Francia, quien quiso aprovecha la situación de que el Temple se hallaba acéfalo para apoderarse de la Orden y de paso establecer un sucesor de entre sus allegados al frente del trono jerosolimitano. Para ello, lograron dar el primer paso al colocar a Ridefort, un aventurero que había ingresado poco tiempo atrás al Temple y era reconocido por su carácter ambicioso y sin escrúpulos, por encima de otros Templarios con mayores méritos y condición. El resultado de esta intervención fue la desastrosa gestión de este comandante que encontró su muerte al comienzo del

sitio de Acre.

Las temerarias campañas que impulsó contra Saladino resultaron desastrosas y causaron numerosas pérdidas humanas en ambos bandos.

Tras su muerte el Capítulo General de la Orden reformó a través de Retraits ciertos puntos de la Regla, relativos principalmente a las medidas disciplinarias a tomar cuando el maestre faltaba a su sentido moral y de responsabilidad. De igual forma su sucesor Roberto de Sablé, inspirado en los acuerdos que habían dado lugar a la creación de la Orden, entre Balduino I y su sucesor, Balduino II con el Conde Hugo de Champaña y Huges de Payens, dispuso establecer un grupo interno dentro de la Orden cuya labor sería la de blindar la influencia de los reyes de Francia dentro de la misma, y que se conocería como los “Hijos de Valle” en alusión del acuerdo celebrado en Verdún del año 843, por el que los nietos de Carlomagno pactaron el reparto del imperio y su mutuo reconocimiento como legítimos sucesores de sus respectivos tronos. Conforme a ese mecanismo solo podrían ser elegidos como grandes maestres quienes fuesen descendientes de ese linaje14 para asegurar su

independencia de los Capetos.

El continuo éxito de Saladino contribuyó a inclinar la balanza del poder en Tierra Santa y marcó el primer paso en la decadencia de los Caballeros Templarios. Tras el fracaso de la Tercera Cruzada en la conquista de Jerusalén, una serie de cruzadas cada vez más fútiles agotaron los tesoros de Europa y apagaron el ardor espiritual que antaño había animado con tanta fuerza la causa. A lo largo del siglo

14 El abuelo en 10° grado de Roberto de Sablé había sido el Rey Carlos II “El Calvo”, suscriptor del Tratado de Verdún del año 843 y nieto de Carlomagno.

XIII, los Caballeros Templarios se vieron obligados a combatir contenciones para proteger sus menguantes territorios en Oriente Próximo y su reputación en Europa. Finalmente, su otrora vasto dominio a lo largo de la costa mediterránea oriental se redujo a una sola fortaleza en Acre, que había servido como capital de facto del remanente Reino de Jerusalén durante un siglo tras la Tercera Cruzada. En 1291, Acre fue capturada por las fuerzas del Sultanato mameluco Bahri de Egipto. En 1302, el período de las cruzadas en Oriente Próximo llegó a su fin, y los cristianos fueron prácticamente expulsados de la región.

Los templarios levantaron sus castillos en lugares estratégicos del reino de Jerusalén, como el famoso castillo Peregrino, o Atlit, una gran fortaleza erigida en el transcurso de la quinta cruzada, a comienzos del siglo XIII, en la costa de Israel, unos pocos kilómetros al sur de la ciudad de Haifa. Esta gran fortaleza, que tenía fama de inexpugnable, se evacuó el 14 de agosto de 1291; fue la última fortaleza del Temple en Tierra Santa. Otros castillos formidables fueron el de Gaston o Baghras, construido para la defensa de Antioquía, el castillo Blanco o Castelblanc, el de Jacob, perdido en 1179, o las fortalezas de Sidón, ubicado en la costa, y que fue una de las últimas fortalezas en caer ante los musulmanes, otras plazas fuertes estuvieron en Gaza y Tortosa. Fueron también magníficos emplazamientos de defensa el castillo de Safed, una importante fortaleza en Galilea, y el de Margat, situado al sur de Latakia. Pero sin lugar a dudas el más poderoso de todos fue el de San Juan de Acre que daba al puerto y bajo cuyas ruinas los arqueólogos aún siguen desenterrando grandes hallazgos.

En 1217, aún con la intención de capturar Jerusalén, el papado lanzó la Quinta Cruzada, aunque el medio para lograrlo fue atacar primero Egipto. Los Caballeros Templarios participaron en esta nueva cruzada desde el principio, con su tesorero en París supervisando las donaciones destinadas a financiar la expedición. Las fuerzas comandadas por el rey Andrés de Hungría y el duque Leopoldo de Austria se unieron a las del rey Juan Brienne de Jerusalén; estas últimas incluían a los Caballeros Templarios, los Caballeros Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos. Los Caballeros Teutónicos eran una nueva orden militar fundada, siguiendo el ejemplo de los Caballeros Templarios, por alemanes que participaron en la Tercera Cruzada. Al no haber un líder destacado en esta coalición, el mando general de la Quinta Cruzada recayó en el legado papal Pelagio, un hombre sin experiencia militar. En 1219, los cruzados capturaron, no obstante, el puerto de Damieta en el delta del Nilo gracias, en gran medida, a los Caballeros Templarios, quienes no solo lucharon admirablemente a caballo, sino que también demostraron un notable talento para la innovación. Adaptando sus habilidades de ingeniería y tácticas de las áridas condiciones de Ultramar al paisaje acuático del delta del Nilo, comandaron barcos y construyeron pontones flotantes cruciales para la victoria. La pérdida de Damieta inquietó tanto al sultán de Egipto al-Kamil, sobrino de Saladino, que ofreció intercambiarla por Jerusalén. Pero el Gran Maestre de los Caballeros Templarios argumentó que la Ciudad Santa no podía conservarse sin controlar las tierras más allá del río Jordán. Los cruzados rechazaron la oferta y continuaron su campaña en Egipto. Incluso después de que otro ejército, liderado por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II, no apareciera, Pelagio instó con

impaciencia a los cruzados a avanzar Nilo arriba hacia El Cairo. Unida bajo el mando de un líder combatiente experimentado, la Quinta Cruzada podría haber tenido posibilidades de éxito, pero en al-Mansurah, al-Kamil bloqueó la retaguardia de los cruzados, abrió las compuertas de los canales de irrigación e inundó al ejército cristiano hasta la rendición. En 1221, Pelagio accedió a entregar Damieta, no a cambio de Jerusalén, sino para salvar la vida de los cruzados, quienes evacuaron Egipto de inmediato y regresaron a Acre.

La breve Sexta Cruzada comenzó en 1228, apenas siete años después del fracaso de la Quinta Cruzada. Requirió pocos combates. Su líder, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II de Alemania, logró, mediante maniobras diplomáticas, recuperar temporalmente el control de Jerusalén para los cristianos.

Cuando estalló la guerra entre los gobernantes ayubíes de Egipto y Siria en la primavera de 1244, los Caballeros Templarios persuadieron a los barones de Ultramar para que intervinieran del lado del gobernante damasceno Ismail. La alianza se selló cuando se ofreció a los francos una parte de Egipto si el sultán Al- Salih Ayyub era derrotado. El continuo faccionalismo en El Cairo impidió que Al- Salih contara con su ejército regular, pero tomó medidas para contrarrestarlo comprando mamelucos en grandes cantidades. Estos soldados esclavos eran en su mayoría turcos kipchak de las estepas del sur de Rusia. Comprados, entrenados y convertidos al islam, se convirtieron en el poderoso ejército privado de Al-Salih.

Al-Salih también consiguió el apoyo de los turcos jorezmitas, feroces mercenarios asentados en Edesa tras ser desplazados de Transoxiana y partes de Irán y Afganistán por los mongoles. En junio, unos 12.000 jinetes jorezmitas se adentraron en Siria por el suroeste. Disuadidos por las formidables murallas que rodeaban Damasco, cabalgaron hacia Galilea y capturaron Tiberiades. El 11 de julio, rompieron las débiles defensas de Jerusalén y masacraron brutalmente a todos los que no pudieron retirarse a la ciudadela. Los defensores supervivientes salieron de la ciudadela seis semanas después, tras recibir la promesa de un paso seguro hacia la costa. Sin embargo, la guarnición, junto con toda la población cristiana de la ciudad (6.000 hombres, mujeres y niños), abandonó la ciudad, pero pronto fueron aniquilados por los espadachines jorezmitas. Solo 300 supervivientes lograron llegar a Jaffa. Por si acaso, los jorezmitas saquearon la Iglesia del Santo Sepulcro, destruyeron los huesos de los antiguos reyes de Jerusalén enterrados allí y prendieron fuego a la estructura. Después, quemaron todas las demás iglesias de la Ciudad Santa y saquearon sus casas y tiendas. Abandonaron los escombros humeantes de la ciudad y marcharon para unirse al ejército mameluco de al-Salih en Gaza.

Las fuerzas cristianas, dispersas por los castillos de Ultramar, respondieron reuniéndose en el puerto de Acre. Desde Hattin, no se había desplegado un ejército franco tan considerable; incluía más de 300 caballeros Templarios, 300 caballeros Hospitalarios, una pequeña fuerza de caballeros Teutónicos, 600 caballeros seculares y un número proporcional de sargentos y soldados de infantería. A estos

se sumaron las fuerzas, más numerosas, aunque con menos armamento, de su aliado damasceno bajo el mando de Al-Mansur Ibrahim, así como un contingente de caballería beduina. El 17 de octubre de 1244, el ejército cristiano-musulmán se formó frente al ejército egipcio, más reducido, a las afueras de Gaza, en una llanura arenosa en un lugar llamado “La Forbie”. Los francos y sus aliados atacaron, pero los egipcios se mantuvieron firmes bajo el mando de su comandante mameluco Baybars (no Baybars I, quien posteriormente se convertiría en el cuarto sultán de Egipto). Mientras los francos se mantenían acorralados, los corasmios atacaron el flanco de las fuerzas de Al-Mansur Ibrahim. Tras la huida de las fuerzas damascenas, los cristianos continuaron luchando con valentía, pero en pocas horas todo su ejército fue destruido. Al menos 5.000 francos murieron en la batalla, entre ellos entre 260 y 300 caballeros Templarios y un número igual de caballeros Hospitalarios, mientras que más de 800 soldados cristianos fueron capturados y vendidos como esclavos en Egipto. La catástrofe fue comparable a la de Hattin, y cuando Damasco cayó ante Al-Salih al año siguiente, parecía que el tiempo se agotaba para el Ultramar cristiano.

La Séptima Cruzada a Tierra Santa fue liderada por el rey Luis IX de Francia, quien desembarcó en 1249 con su ejército en el puerto de Damieta, en el delta egipcio. En febrero de 1250, los franceses avanzaron hacia El Cairo, pero sufrieron graves pérdidas en la batalla de Al-Mansurah debido a la impetuosidad del hermano del rey, el Conde Roberto de Artois. Artois ordenó a la vanguardia cristiana de caballeros montados que cargara contra la ciudad, donde quedaron atrapados en las estrechas calles. Artois murió, y solo los Caballeros Templarios perdieron 280 caballeros, un golpe terrible. El ejército principal del Rey Luis fue casi destruido por una fuerza egipcia liderada por Baybars I (el comandante mameluco que posteriormente se convertiría en el cuarto sultán de Egipto). El Rey Luis, en lugar de retirarse a Damieta, optó por quedarse y sitiar Al-Mansurah, lo que provocó la hambruna y la muerte de los cristianos, aquejados por el escorbuto, no de los musulmanes que se encontraban en la ciudad. El Rey Luis finalmente se retiró hacia Damieta, pero fue alcanzado. En la batalla de Fariskur, el ejército cruzado fue destruido y el rey capturado. Luis fue liberado solo tras el pago de un cuantioso rescate, al que los Caballeros Templarios, que como banqueros de la cruzada contaban con un barco con tesoros en alta mar, se negaron a contribuir.

Cuando el remanente Reino de Jerusalén cayó en 1291, ambas órdenes militares buscaron refugio en el reino de Chipre. Los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios habían construido castillos en Chipre, y cuando los francos fueron finalmente expulsados de Ultramar, la isla se convirtió en un santuario para ambas órdenes. Fueron los Caballeros Templarios, cuya misión había sido la protección de los peregrinos cristianos a Tierra Santa, quienes sintieron la pérdida con mayor dureza. Si bien las obras de caridad prevalecieron para los Caballeros Hospitalarios, los Caballeros Templarios se fundaron como una orden de caballería, y habían realizado una transición fluida a una orden militar cuya misión principal era combatir a los infieles.

Expulsados de Tierra Santa, los Caballeros Templarios se encontraron en una situación precaria. Francia había sido tradicionalmente un bastión del poder templario, pero en un trágico giro del destino, los Templarios se vieron atacados por un nuevo e implacable enemigo: el despiadado Rey Felipe IV. Felipe había heredado la región francesa de Champaña y no quería que los Caballeros Templarios, ahora un ejército profesional sin base ni campo de batalla donde luchar, establecieran su propio estado soberano en las cercanías. Los Caballeros Templarios habían mostrado interés en fundar su propio estado monástico, como lo habían hecho los Caballeros Teutónicos en Prusia y los Caballeros Hospitalarios en Rodas. La campaña del Rey Felipe contra los Templarios comenzó con su gestión promoviendo la elección de su favorito francés, el cardenal Bertrand de Gottfried, como Papa Clemente V en 1305, una victoria que marcó el comienzo de un largo período de dominio francés sobre el papado. Después de heredar enormes deudas de las guerras de su padre, el Rey Felipe había malgastado enormes sumas en guerras en Inglaterra y Flandes, había robado a banqueros judíos e italianos y había devaluado la moneda.

Tras orquestar la elección del papa y el traslado de la corte papal a Aviñón, Francia, y con la intención de apoderarse del dinero y los metales preciosos de los Caballeros Templarios, el Rey Felipe actuó contra ellos con brutal rapidez. El 13 de octubre de 1307, por orden suya, arrestaron a varios cientos de caballeros templarios franceses, incluido el Gran Maestre Jacques de Molay. Pronto, la cristiandad se vio sacudida por escabrosas acusaciones de blasfemia, sacrilegio y sodomía contra los monjes guerreros. Bajo severas torturas, de Molay y otros confesaron tales crímenes. Felipe logró arrestar y acusar de herejía a los Caballeros Templarios aprovechando una laguna legal que se remontaba a la época de los cátaros y sus juicios por herejía 80 años antes. Sin embargo, una vez liberado, de Molay se retractó de su confesión.

La mayoría de los historiadores contemporáneos están convencidos de la inocencia de los Caballeros Templarios, especialmente tras el descubrimiento en 2001 de un documento conocido como el Pergamino de Chinon en los archivos secretos del Vaticano, donde se había perdido. El documento indica que el papa Clemente V absolvió en secreto a los Caballeros Templarios de las falsas acusaciones contra ellos, pero el Rey Felipe y el furor popular lo obligaron a disolver la orden en 1312 y a permitir que De Molay y su compañero el Preceptor de Normandía, Geoffrey de Charny (considerados herejes reincidentes) fueran finalmente quemados vivos en París en 1314. Fueron las últimas víctimas de una persecución profundamente injusta, corrupta y oportunista.

Considerados el primer ejército permanente uniformado de Occidente, la extensa

red financiera de los Caballeros Templarios llegó a extenderse desde Londres y

París hasta los ríos Nilo y Éufrates, lo que llevó a algunos cronistas a considerarlos

la primera corporación multinacional de la historia. Aunque la orden se volvió

poderosa y rica, sus caballeros y sargentos siempre mantuvieron su estilo de vida

sencillo y austero. Su valentía era legendaria, su dedicación absoluta y su tasa de

desgaste alta; a lo largo de dos siglos, al menos 20.000 Caballeros Templarios

fueron asesinados, ya sea en el campo de batalla o ejecutados tras ser hechos

prisioneros y negarse a renunciar a su fe.