✠ EL MITO DE “LARMENIUS” AL DESCUBIERTO ✠
Tomado del Capítulo XX del libro: “Los Templarios. La Orden que se negó a desaparecer”
De vuelta al manuscrito en cuestión, esto es, la “Carta de Transmisión de Larmenius”, encontramos que contiene algunas importantes disposiciones que pasaremos, luego de su lectura, a considerarlas brevemente a efectos de establecer su conformidad histórica o por el contrario si aquellas no encuadraban dentro del supuesto marco de tiempo en que fueron dictadas por su autor:
“Yo, finalmente, por decreto del Capítulo Supremo, por la suprema autoridad a mí encomendada, deseo, digo y ordeno que los templarios escoceses, desertores de la Orden sean malditos por anatema y que ellos y los hermanos de San Juan de Jerusalén, expoliadores de los bienes de la Caballería (de la cual tenga Dios misericordia), sean marginados del círculo del Temple ahora y en el futuro.”
Del contenido de dicha manifestación lo primero que salta a la vista es una imprecación hecha por el suscriptor del documento, Johannes Marcus Larmenius, en contra de un grupo de Templarios de origen escocés, por el hecho de haber desertado de la Orden y sobre los que lanza una maldición por lo que denomina “anatema”. Aquí lo primero que es preciso revisar es quienes o que identifica a estos detractados y claramente se hace referencia a su nacionalidad, al respecto hay que anotar que la Orden del Temple estableció en Escocia una encomienda en Balantrodoch, ahora Templo, Midlothian en el South Esk (río Esk, Lothian) desde la primera mitad del siglo XII, de igual modo aparece registrado como benefactor de la Orden el 1189, Alan FitzWalter, el segundo Lord High Steward de Escocia; hacia 1187 el Rey Guillermo I de Escocia, llamado “El León” donó una parte de las tierras de los Culter en la orilla sur del río Dee, Aberdeenshire, a los Caballeros Templarios y entre 1221 y 1236, Walter Bisset de Aboyne fundó una Preceptoría del Temple. En 1287-88, construyeron una Capilla dedicada a María la Madre de Cristo, conocida como Capilla de Santa María y en noviembre de 1309, se registró el nombre de un tal William Middleton de la «Casa Tempill de Culter», con aún signos de la Orden, incluso para 1296 existen registros de que los Templarios tenían posesiones considerables en el condado de Nairn, o Moray.
Con base en esta breve reseña podemos considerar que el haberse referido Larmenius a los Templarios escoceses, coincide con la existencia de aquellos en ese mismo tiempo y lugar, no como erradamente se ha querido insinuar de qué se trató de una huida de miembros de la Orden rumbo a Escocia. Ahora, la razón de esa execración según se indica tiene por causa una deserción; todo parece indicar que luego de la expedición de los decretos papales “Vox in Excelso” y “Ad providam vicarii Christi” de 1312 que dispuso la integración de los miembros de la Orden del Temple en la Orden de San Juan, así como la entrega a ésta de sus bienes, algunos Templarios de manera individual procedieron conforme a esa prescripción, no así la gran mayoría que prefirieron mantenerse al margen de la misma, solamente en Escocia la totalidad de los Templarios allí residentes se combinó con la de los Hospitalarios y continuó funcionando como “La Orden de San Juan y el Templo” hasta la reforma, cuando Sir James Sandilands, Preceptor de tal orden se convirtió al Protestantismo en 1553, fecha en la que se cree esta orden allí cesó. Ello haría plenamente entendible porque se hubiera proferido semejante sentencia tan fulminante, ya que un “Anatema” significa además de una maldición, el ser “desterrado de Dios”, en el sentido de que el condenado era apartado o separado, cortado como se amputa un miembro, de una comunidad de creyentes. Era un veredicto por el cual se expulsaba a un hereje del seno de la sociedad religiosa; por tanto una pena aún más grave que la excomunión porque el individuo era desterrado, además de ser maldecido, y que quedó concretada en la expresión: “…sean marginados del círculo del Temple ahora y en el futuro”. Es por ello que cuando en esa manifestación la masonería ha pretendido interpretar una legitimación a su causa proclamándose herederos de esos templarios escoceses, yerran de cabo a rabo, pues por el contrario, a más de haber sido descalificados habrían sido esos caballeros escoceses expulsados del Temple, lo que les restaría cualquier tipo de habilitación para auto referirse a sí mismos como tales, por lo que su vana pretensión queda entonces reducida al fútil discurso de Andrew Ramsay, quien entre otras cosas de noble no tenía nada pues era hijo de un panadero, ni tan siquiera de un albañil, picapedrero o carpintero para poder reclamar un ancestro masón.
Asimismo, en ese mismo párrafo de la Carta, también se dirige una acusación en contra de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, al referirse a estos como “expoliadores de los bienes de la Caballería (de la cual tenga Dios misericordia)”. Para comprender esta imputación, basta recordar que, como ya se mencionó, por orden del Papa Clemente V, el patrimonio de los Templarios fue transferido a los Hospitalarios mediante la bula Ad providam de 1312, decisión que generó tensiones y resentimientos dentro de los supervivientes de la Orden del Temple. Es lógico, entonces, que en este escrito se manifieste un rechazo hacia quienes recibieron tales posesiones, pues, desde la visión templaria, se trataba de bienes injustamente arrebatados.
Por otra parte, el manuscrito de Larmenius alude a la previsión de que los futuros miembros del Temple habrían de comunicarse a través de “signos desconocidos”. Esta disposición ha sido ampliamente utilizada por corrientes esotéricas y sociedades secretas posteriores como justificación de sus rituales y símbolos, que nada tuvieron que ver con la tradición templaria original. En realidad, es necesario entenderlo en el contexto de persecución y clandestinidad que vivió la Orden tras 1307: era razonable que se establecieran formas de reconocimiento para protegerse entre sí, pero no significa, de manera alguna, la institucionalización de un lenguaje ocultista o hermético como lo han querido presentar.
Del mismo modo, se observa que en la Carta se autoriza al suscriptor para transmitir la dignidad y gobierno de la Orden a sus sucesores mediante este instrumento escrito, algo que ha dado pie a la leyenda de una línea ininterrumpida de “Gran Maestres” desde Jacques de Molay hasta los tiempos modernos. Sin embargo, la crítica histórica moderna ha puesto en evidencia inconsistencias notorias en esta supuesta cadena sucesoria, especialmente en lo referente a los nombres consignados en la lista de Larmenius, muchos de los cuales carecen de respaldo documental o aparecen fuera del marco temporal en el que se les pretende ubicar.
En cuanto a la autenticidad material del documento, diversos investigadores han señalado que el latín utilizado en la Charta Larmeni no corresponde con el que se escribía en el siglo XIV, sino más bien con el latín humanista de los siglos XVII o XVIII. Esta diferencia lingüística ha llevado a muchos estudiosos a concluir que la Carta no pudo haber sido redactada en 1324, como afirma, sino que sería una creación posterior destinada a dar legitimidad a los intentos de restauración templaria en Francia.
A lo anterior se suma la aparición de anacronismos internos, es decir, menciones o expresiones que no se ajustan al contexto histórico en el que supuestamente fue redactado el documento. Tales inconsistencias han sido detectadas por paleógrafos y latinistas que, tras un análisis filológico, consideran a la Charta una falsificación elaborada probablemente en tiempos del duque de Orleans, con el propósito de reforzar la autoridad de la Orden neotemplaria reunida en Versalles en 1705.
Otro aspecto controvertido son las firmas y rúbricas que acompañan el documento. Se ha constatado que éstas fueron añadidas en diferentes épocas y con tintas distintas, lo que evidencia intervenciones sucesivas en el manuscrito a lo largo de los siglos. Dichas firmas, que pretenden avalar la sucesión de Grandes Maestres desde Larmenius, presentan además la dificultad de corresponder a personajes cuya existencia histórica es en muchos casos oscura o directamente desconocida.
No obstante, a pesar de las críticas y sospechas de falsificación, la Charta Larmeni fue utilizada como prueba de legitimidad por Fabré Palaprat en el siglo XIX, quien la exhibió como documento fundamental para justificar la continuidad de la Orden y su autoridad como Gran Maestre. Este hecho dio nueva vida al mito de Larmenius, alimentando la creencia de que el Temple había sobrevivido en secreto desde la Edad Media hasta la modernidad.
El mito de la Charta Larmeni ejerció una influencia considerable en el esoterismo europeo de los siglos XVIII y XIX. Diversas logias masónicas, así como sociedades secretas de carácter místico y caballeresco, adoptaron este documento como una supuesta prueba de que sus ritos y genealogías estaban directamente vinculados con los templarios medievales. La masonería escocesa, en particular, se apropió de la referencia a los templarios de Escocia para presentarse como heredera de la Orden, interpretando en su favor lo que en realidad era una condena.
Asimismo, autores ocultistas como Eliphas Levi y, posteriormente, corrientes rosacruces y herméticas, recurrieron al mito de Larmenius para sostener la idea de que los templarios habían transmitido en secreto un conocimiento esotérico reservado, que habría sobrevivido a la disolución oficial de la Orden. Estas interpretaciones, sin embargo, carecen de base histórica sólida y responden más a las necesidades simbólicas de dichas sociedades que a hechos documentados.
El prestigio del Temple, acrecentado por su trágico final y envuelto en un halo de misterio, hizo que cualquier elemento, por dudoso que fuese, se utilizara como fundamento para legitimar movimientos posteriores. Así, la Charta Larmeni pasó de ser un documento cuestionado a convertirse en bandera de autenticidad para múltiples grupos, algunos de los cuales aún hoy reclaman esa línea sucesoria como propia.
De este modo, lo que en realidad parece ser una falsificación del siglo XVII o XVIII se transformó en uno de los pilares más difundidos del neotemplarismo moderno, alimentando tanto a organizaciones serias de carácter caballeresco como a fraternidades de carácter ocultista. El mito, por tanto, terminó teniendo más fuerza que la verdad histórica, proyectando la sombra de Larmenius hasta nuestros días.
En conclusión, la llamada Charta Larmeni constituye uno de los episodios más representativos de cómo la necesidad de legitimación histórica puede dar origen a documentos espurios que, sin embargo, alcanzan gran influencia en el imaginario colectivo. Si se analiza desde el punto de vista crítico, sus inconsistencias lingüísticas, los anacronismos detectados y las firmas añadidas posteriormente la convierten en un escrito cuya autenticidad es, cuando menos, dudosa.
No obstante, desde el plano simbólico, la Carta tuvo un efecto incuestionable: permitió a Fabré Palaprat y a sus seguidores presentar al Temple como una institución viva, con una sucesión ininterrumpida de Grandes Maestres desde Jacques de Molay hasta la modernidad. Esta afirmación, aunque carente de base documental fiable, fue suficiente para atraer a numerosos adeptos y para dotar de una aparente legitimidad a las restauraciones templarias que se multiplicaron en Europa a partir del siglo XVIII.
La historiografía contemporánea considera hoy la Charta Larmeni como una falsificación, probablemente elaborada en el entorno del duque de Orleans a inicios del siglo XVIII, destinada a reforzar el Convento de Versalles de 1705. Sin embargo, no puede negarse que el mito generado en torno a este documento contribuyó a mantener viva la memoria templaria y a alimentar tanto la devoción caballeresca como las fantasías esotéricas que aún hoy se mantienen en torno a la Orden.
De esta manera, más allá de su autenticidad material, la Carta de Larmenius se convirtió en un símbolo poderoso, demostrando que la fuerza del mito muchas veces supera a la verdad histórica, y que el nombre del Temple, por su grandeza y tragedia, seguirá siendo objeto de veneración, controversia y fascinación en todas las épocas.
